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Edad Moderna

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Adán y Eva de Alberto Durero. El antropocentrismo humanista simboliza la modernidad en la Filosofía, la Ciencia y el Arte. No obstante, la paulatina imposición de nuevos criterios secularizados y pragmáticos en política y relaciones sociales no impidieron –sin duda utilizaron– los conflictos religiosos.
De un mundo cultural muy distinto al de Durero, uno de los Bronces de Benín del Museo del Louvre. Puede fecharse entre 1450 y 1550. No conocemos el nombre de su autor, al contrario que el de otros broncistas contemporáneos suyos, como Ghiberti o Benvenuto Cellini, porque la función social del artista era muy diferente en el África subsahariana y la Italia del Renacimiento.

La Edad Moderna es el tercero de los periodos históricos en los que se divide convencionalmente la historia universal, comprendido entre el siglo XV y el XVIII. Cronol�gicamente, alberga un periodo cuyo inicio puede fijarse en el descubrimiento de Am�rica (1492), la ca�da de Constantinopla (1453), el fin de las Cruzadas, el comienzo del Renacimiento o la Era de los Descubrimientos; y cuyo final puede situarse en la Revoluci�n francesa (1789),[nota 1]​ la Revoluci�n estadounidense (1776) o el ascenso de Napole�n al poder (1799). Con esto dicho, si se contabiliza desde el descubrimiento de Am�rica hasta el comienzo de la Revoluci�n Francesa, la Edad Moderna abarc� 296 a�os. En esta convenci�n, la Edad Moderna se corresponde al per�odo en que se destacan los valores de la modernidad (el progreso, la comunicaci�n, la raz�n) frente al per�odo anterior, la Edad Media, que es generalmente identificada como una edad aislada e intelectualmente oscura. El esp�ritu de la Edad Moderna buscar�a su referente en un pasado anterior, la Edad Antigua identificada como �poca Cl�sica.

En el siglo XIX se a�adi� una cuarta edad a la historia de la humanidad, la denominada como Edad Contempor�nea, en la cual no solo no se aparta, sino que tambi�n se intensifica extraordinariamente la tendencia a la modernizaci�n, ya que sus caracter�sticas sensiblemente diferentes, fundamentalmente porque significa el momento de �xito y desarrollo espectacular de las fuerzas econ�micas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burgues�a; y las entidades pol�ticas que lo hacen de forma paralela: la naci�n y el Estado.

En la Edad Moderna se vincularon los dos "mundos" que hab�an permanecido casi absolutamente desvinculados desde la Prehistoria: el Nuevo Mundo (Am�rica) y el Viejo Mundo (Eurasia y �frica). Cuando se consolid� la exploraci�n europea de Australia se habl� de Nov�simo Mundo.

La disciplina historiogr�fica que la estudia se denomina Historia Moderna, y sus historiadores, "modernistas".[nota 2]

Localizaci�n en el espacio

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Para su tiempo se consider� que la Edad Moderna era una divisi�n del tiempo hist�rico de alcance mundial, pero actualmente suele acusarse a esa perspectiva de euroc�ntrica (ver Historia e Historiograf�a), con lo que su alcance se restringir�a a la historia de la Civilización Occidental, o incluso únicamente de Europa. No obstante, hay que tener en cuenta que coincide con la Era de los descubrimientos y el surgimiento de la primera economía-mundo.[nota 3]​ Desde un punto de vista todavía más restrictivo, únicamente en algunas monarquías de Europa Occidental se identificaría con el período y la formación social histórica que se denomina Antiguo Régimen.

Localización en el tiempo

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La fecha de inicio más aceptada por los historiadores para fijar la Edad Moderna es en la cual ocurrió la toma de Constantinopla y caída definitiva de todo vestigio de la antigüedad, esta ciudad fue destruida y tomada por los otomanos en el año 1453 –coincidente en el tiempo con el comienzo del uso masivo de la imprenta de tipos móviles y el desarrollo del Humanismo y el Renacimiento, procesos que se dieron en parte gracias a la llegada a Italia de exiliados bizantinos y textos clásicos griegos–. Tradicionalmente también se toma el Descubrimiento de América (1492) porque está considerado como uno de los hitos más significativos de la historia de la humanidad, el inicio de la globalización y en su época una completa revolución.[nota 4]

En cuanto a su final, algunos historiadores anglosajones[¿quién?] defienden que no se ha producido y que todavía estamos en la Edad Moderna (identificando al período comprendido entre los siglos XV al XVIII como Early Modern Times –temprana Edad Moderna– y considerando los siglos XIX, XX y XXI como el objeto central de estudio de la Modern History),[cita requerida] mientras que las historiografías más influidas por la francesa denominan el periodo posterior a la Revolución francesa (1789) como Edad Contemporánea. Como hito de separación también se han propuesto otros hechos: la independencia de los Estados Unidos (1776), la Guerra de Independencia Española (1808) o las guerras de independencia hispanoamericanas (1809-1824). Como suele suceder, estas fechas o hitos son meramente indicativos, ya que no hubo un paso brusco de las características de un período histórico a otro, sino una transición gradual y por etapas, aunque la coincidencia de cambios bruscos, violentos y decisivos en las décadas finales del siglo XVIII y primeras del XIX también permite hablar de la Era de la Revolución.[nota 5]​ Por eso, deben tomarse todas estas fechas con un criterio más bien pedagógico. La Edad Moderna transcurre más o menos desde mediados del siglo XV a finales del siglo XVIII.

Secuenciación

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El Taj Mahal, prueba tanto de la pervivencia de civilizaciones distintas a la europea como de la gran comunicación que se había producido a nivel mundial: su bellísima estética integra elementos de orígenes asiáticos islámicos, hindúes, árabes, persas, turcos e incluso europeos (aunque la intervención de arquitectos italianos parece que se ha demostrado falsa)

La Edad Moderna suele secuenciarse por sus siglos, pero en general los historiadores la han definido como una sucesión cíclica, que algunos han intentado identificar con ciclos económicos similares a los descritos por Clement Juglar y Nikolái Kondrátiev, pero más amplios, con fases A de expansión y B de recesión secular.

Los señores Andrews (1748) posan displicentemente para Thomas Gainsborough ante su campo de trigo. La revolución agrícola ya se estaba produciendo, y la industrial la sigue. En Inglaterra, los comerciantes y financieros de la city londinense, la gentry rural y los primeros industriales fabriles no tenían idénticos intereses de clase, pero son claramente aspectos de una misma clase dominante, que pueden denominarse como burguesía (categorizado por Carlos Marx como la propietaria de los medios de producción), y que puede identificarse con más claridad si se observa a quién representa el Parlamento a través de las sucesivas reformas electorales que perfeccionan el sistema político de la Monarquía Parlamentaria; a excepción de la parte que no integrará: las Trece Colonias norteamericanas. Los campesinos desposeídos y desarraigados del campo por la política de cercamientos (enclosures) y las Leyes de pobres están alimentando el proletariado de las ciudades industriales. Enseguida se convirtió en el taller del mundo, cuyos océanos estaban en posesión de la (Rule, Britannia). El continente europeo seguirá sus pasos en cuanto se cayeran las estructuras del Antiguo Régimen.

En el siglo XVI, tras la recuperación de la Crisis de la Baja Edad Media, en economía se produjo lo que se denomina Revolución de los Precios, coincidente con la Era de los Descubrimientos que permitió una expansión europea posibilitada en parte por los adelantos tecnológicos y de organización social que surgieron.[1]​ Pocos hechos cambiaron tanto la historia del mundo como la llegada de los españoles a América y la posterior Conquista y la "apertura" de las rutas oceánicas que castellanos y portugueses lograron en los años en torno a 1500. El choque cultural supuso el colapso de las civilizaciones precolombinas. Paulatinamente, el océano Atlántico gana protagonismo frente al Mediterráneo,[2]​ cuya cuenca presencia un reajuste de civilizaciones: si en la Edad Media se dividió entre un norte cristiano y un sur islámico (con una frontera que cruzaba al-Ándalus, Sicilia y Tierra Santa), desde finales del siglo XV el eje se invierte, quedando el Mediterráneo Occidental, (incluyendo las ciudades costeras clave de África del Norte) hegemonizado por la Monarquía Hispánica (que desde 1580 incluía a Portugal), mientras que en Europa oriental el Imperio otomano alcanza su máxima expansión. Las civilizaciones orientales de carácter milenario (India, China y Japón), reciben en algunas ciudades costeras una presencia puntual portuguesa, (Goa, Ceilán, Malaca, Macao, Nagasaki misiones de san Francisco Javier), pero tras los primeros contactos se mantuvieron poco conectados o incluso ignoraron totalmente los cambios de Occidente; por el momento se lo podían permitir. Las islas de las especias Indonesia y Filipinas serán objeto de una dominación colonial europea más intensiva. Frente a la continuidad oriental, los cambios sociales se concentran en los vértices del llamado comercio triangular: notables en Europa (donde comienzan a divergir un noroeste burgués y un este y sur en proceso de refeudalización), y cataclísmicos en América (colonizaci�n) y �frica (esclavismo). El crecimiento de poblaci�n en Europa probablemente no compens� el descenso en esos continentes, sobre todo en Am�rica, en que alcanz� proporciones catastr�ficas y ha sido considerado como el mayor desastre demogr�fico de la Historia Universal[3]​ (varios investigadores[4]​ han estimado que m�s del 90 % de la poblaci�n americana muri� en el primer siglo posterior a la llegada de los europeos, representando entre 40 y 112 millones de personas).[5]​ Las convulsiones pol�ticas y militares son asimismo espectaculares. En la m�tica Tombuct�, el Askia Mohamed I (1493-1528) produce el apogeo del Imperio songhay, que entra en la �rbita del islam y decaer� en el per�odo siguiente. Simult�neamente, el Renacimiento da paso a los enfrentamientos de la Reforma y las guerras de religi�n. La expansi�n ideol�gica de Europa se manifiesta en el avance del cristianismo por todo el mundo, excepto en los Balcanes, donde retrocede frente al islam, con el que tambi�n entra en contacto en Extremo Oriente, tras dar la vuelta al globo.

El real espa�ol de plata, o peso duro (este acu�ado en las m�ticas minas de Potos� en 1768) fue la primera moneda del comercio internacional y antepasado del d�lar estadounidense (su s�mbolo deriva del escudo espa�ol "Plus Ultra", a su vez un lema muy apropiado, por el alcance mundial).
Escultura azteca que representa a un hombre portando el fruto del cacao. Alimento de los dioses (se tradujo Teobroma como nombre cient�fico), fue usado como moneda en �poca precolombina. Su consumo fue r�pidamente adoptado en Europa, como el del tabaco; m�s lenta fue la incorporaci�n de cultivos, como el del ma�z, el tomate o la patata. Museo Nacional de Antropolog�a e Historia de M�xico.
Don Quijote carga contra el reba�o de ovejas. El equilibrio de la ganader�a ovina con la agricultura cerealista y con la industria textil no fue solo un asunto de vital importancia para Castilla, que se encontraba dominada por la Mesta, y para sus clientes en Flandes, verdadera metr�polis comercial de sus materias primas (lana y metales preciosos), sino tambi�n para Am�rica, donde sin puede afirmarse que �las ovejas se comieron a los hombres�. Esta expresi�n se aplic� tambi�n en Inglaterra, que desde un paisaje similar al de castilla en la Baja Edad Media opt� por el desarrollo agr�cola e industrial.

En el siglo XVII la humanidad presenci� posiblemente una crisis general (quiz� provocada por la Peque�a Edad del Hielo) que se conoce como crisis del siglo XVII, que adem�s del descenso de poblaci�n (ciclos de hambres, guerras, epidemias) y del descenso de la serie de precios o de la llegada de metales de Am�rica, fue muy desigual en la forma de afectar a los distintos pa�ses, incluso en Europa: catastr�fica para la Monarqu�a Hisp�nica (crisis de 1640) y Alemania (guerra de los Treinta A�os), pero impulsora para Francia e Inglaterra una vez resueltos sus problemas internos (Fronda y guerra civil inglesa). Durante este per�odo, se produjeron en Europa del Este numerosas guerras entre Polonia, Rusia y Turqu�a, despu�s tambi�n Suecia. Durante el per�odo comprendido entre 1612-1613 el ej�rcito polaco ocup� Mosc�, y hasta mediados del siglo XVII, Polonia continu� dominando dicha parte de Europa. La �poca dorada del imperio polaco finaliz� despu�s de dos hechos acaecidos, el primer hecho, la Rebeli�n de Jmelnytsky y el segundo, el Diluvio. El Imperio otomano perdi� en la batalla de Viena su �ltima oportunidad de expandirse frente a Europa, y comenz� un lento declive, en parte para el beneficio de una Polonia que enseguida pasar� el relevo al gigantesco Imperio ruso. En su frente oriental, resurge el Imperio persa con la dinast�a saf�vida que lleva a un breve apogeo el Sah Abb�s I el Grande, que convirti� a Isfah�n en una de las ciudades m�s bellas del mundo. Al mismo tiempo, en la India, que mantuvo la presencia colonial europea en la costa, se levanta un gran imperio continental y comenz� a desmembrarse con Aurangzeb. Todos estos movimientos tienen que ver con el vac�o geoestrat�gico formado en el Asia Central, que los kanatos herederos de Horda de Oro son incapaces de ocupar. En China los intemporales ciclos din�sticos se renuevan con el acceso de la dinast�a manch�: los Qing. Jap�n expuls� a los portugueses (no as� a los holandeses) y se cerr� en el relativo aislamiento del per�odo Tokugawa, que incluy� el exterminio de los cristianos, pero que posiblemente haya sido un factor que evitara que la sociedad japonesa fuese colonizada y permiti� un desarrollo end�geno que en el siglo XIX la har� irrumpir abruptamente en la modernizaci�n. En este per�odo, las embarcaciones pertenecientes al Imperio espa�ol transitan en menor medida por los oc�anos (que hab�a llegado a su c�spide, temporalmente unido al portugu�s) en beneficio del neerland�s y el brit�nico. En el per�odo exist�a un alta pr�ctica de la pirater�a, que provocaba el ef�mero auge de un modo de vida violento y excesivo, pero rom�nticamente percibido como una utop�a libre en el Caribe (isla de la Tortuga).

La pimienta, objeto de lujo en la Edad Media, provoc� la codicia comercial que empuj� a la b�squeda de las rutas hacia las Islas de las Especias. Carlo Cipolla, en Allegro ma non tropo, desarroll� en clave ir�nica una interpretaci�n de la Historia moderna basada en ello.

El siglo XVIII comenz� con lo que Paul Hazard defini� como crisis de la conciencia europea (1680-1715), que posibilit� la Revoluci�n cient�fica newtoniana, la Ilustraci�n, la Crisis del Antiguo R�gimen y la que propiamente puede llamarse Era de las Revoluciones, cuyo triple aspecto se categoriza como la Revoluci�n industrial (en el desarrollo de las fuerzas productivas, lo tecnol�gico y lo econ�mico incluyendo el triunfo del capitalismo), la Revoluci�n burguesa (en lo social, con la conversi�n de la burgues�a en nueva clase dominante y la aparici�n de su nuevo antagonista: el proletariado) y la Revoluci�n liberal (en lo pol�tico-ideol�gico, de la que forman parte la Revoluci�n francesa y las revoluciones de independencia americanas). El desarrollo de esos procesos, que pueden considerarse como consecuencias l�gicas de los cambios desarrollados desde el fin de la Edad Media, pondr�n fin a la Edad Moderna. En Europa se encuentra de nuevo en ascenso demogr�fico, que se convierte esta vez en el comienzo de la transición demográfica, superadas las mortalidades catastróficas: la última peste negra en Europa Occidental (Marsella, 1720) se extinguió gracias a la presencia de la rata parda, que sustituyó biológicamente a la pestífera rata negra;[6]​ y con la vacuna de Jenner se obtiene el primer recurso para el tratamiento de epidemias. En cuanto al hambre, no desaparece, de hecho en el siglo ocurren numerosos motines de subsistencia (que en Inglaterra anteceden al nuevo tipo de protesta, ligado al naciente proletariado industrial),[nota 6]​ pero que en las zonas que desarrollan precozmente una agricultura capitalista y un sistema de transportes modernizado pueden salvarse (en Inglaterra, Francia y Holanda el sistema de canales fluviales antecede en un siglo al trazado del ferrocarril). En otras continuó habiendo hasta bien entrado el XIX, como España (hambruna de 1812, cuando se recurrió al consumo masivo de la tóxica almorta, que por las mismas fechas también fue detectado por los ingleses en la India)[7]​ o Irlanda (monocultivo de la patata que llevará al hambruna irlandesa de 1845 y a la emigración masiva). El equilibrio europeo iniciado en el Tratado de Westfalia (1648) se recompone en el de Utrecht (1714) y se mantiene no sin conflictos (varios de ellos llamados Guerra de Sucesión), con hegemonía continental para Francia (vinculada a España por los Pactos de Familia de la dinastía Borbón) y hegemonía marítima para Inglaterra, certificada más tarde en Trafalgar (1805). Las exploraciones de James Cook y la ocupación de Oceanía concluyen la era los descubrimientos geográficos[nota 7]​ La integración mundial avanza y surgen las primeras guerras mundiales ya que los imperios coloniales europeos se reparten territorios distantes (India, Canadá) al tiempo que se dirimen otros repartos en Europa (como el de Polonia). Las posesiones europeas llegaron a su máxima expansión en América previo a la Independencia de Estados Unidos (1776) y de la Emancipación Hispanoamericana (1808-1824), anticipada por la Revolución de los Comuneros en 1737 y la Rebelión de Túpac Amaru II en 1780. Para recoger el testigo de la sumisión colonial, África y Extremo Oriente habrán de esperar al siglo XIX, pero en el Asia Central se asiste a una carrera por la ocupación de un espacio geoestratégicamente vacío entre Rusia y China. Simultáneamente, en el Pacífico norteamericano la emprenden Rusia, Inglaterra y España, mientras la colonización de Australia es iniciada por Inglaterra sin apenas oposición.

Caracterización

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El carácter más trascendental que posee la Edad Moderna es lo que Ruggiero Romano y Alberto Tenenti denominan «la primera unidad del mundo»:

En 1531, al abrirse la nueva Bolsa de Amberes, una inscripción advertía que era in usum negotiatorum cuiuscumque nationis ac linguae: para uso de los hombres de negocios de cualquier nación y lengua. Es en un hecho como éste y en muchos otros de naturaleza semejante, más todavía que en los aspectos externos del gigantismo político o económico, donde nos parece que debe buscarse el sentido profundo del período... Se creaba una primera unidad del mundo: las técnicas circulan velozmente; los productos y los tipos de alimentación se difunden; la cocina española, el trigo, el carnero, se introducen los bovinos en América; a más o menos largo plazo, el maíz, la patata, el chocolate, los pavos llegan a Europa. En los Balcanes, las pesadas confituras turcas van penetrando lentamente; las bebidas turcas –o la manera turca de prepararlas– se consolidan. Por todas partes, los paisajes cambian: los templos de las religiones de la América precolombina derribadosy en su lugar se construyen iglesias católicas, y en las encrucijadas de los caminos de América se colocaban cruces; en los Balcanes, los alminares se alzan al lado de las iglesias ortodoxas. Intercambios de técnicas, de culturas, de civilizaciones, de formas artísticas: la rueda –desconocida en América– se introduce en el nuevo mundo; los pintores italianos llegan a las cortes de los sultanes (así, Gentile Bellini termina, en 1480, el finísimo retrato de Mohamed el Conquistador). Una vasta economía mundial extiende sus hilos alrededor del globo: el camino de las monedas del Imperio español, los famosos «reales de a ocho», acuñadas en las casas de moneda americanas, se hace cada vez más largo y, tras el viaje tras atlántico, llegan en pequeñas o grandes etapas hasta el Extremo Oriente, para ser cambiadas por especias, sedas, porcelanas, perlas ... El trigo del Báltico llega hasta la región atlántica de la península ibérica, y hacia 1590 entrará masivamente hasta el Mediterráneo; el azúcar, de las islas atlánticas o del Brasil, empieza a llegar en grandes cantidades a los mercados europeos; se democratizan algunos productos –como la pimienta– considerados hasta entonces de lujo o, por lo menos, privilegiados. La modernidad de esta época, en torno a la cual generaciones enteras de historiadores han discutido para captar su presencia en mil aspectos, en mil ideas, se afirma, precisamente, en esta primera unidad del mundo. Pero ésta es todavía demasiado frágil: si las líneas de navegación enlazan ya con gran regularidad los distintos continentes, la piratería o las dificultades técnicas de la navegación rompen aquella regularidad; si los anhelos imperiales –y unificadores– de un Carlos V parecían, por momentos, hacerse realidad a raíz de las victorias, se descartaban muy fácilmente con las derrotas… y en las grandes escisiones internas que aparecen en Europa en el plano religioso, o en los gérmenes de… la conciencia nacional que ahora empieza a desarrollarse.[8]

El elemento consustancial de Edad Moderna, especialmente en Europa, es la presencia de una ideología transformadora, paulatina, incluso dubitativa, pero decisiva, de las estructuras económicas, sociales, políticas e ideológicas propias de la Edad Media. Al contrario de lo que ocurrió con los cambios revolucionarios propios de la Edad Contemporánea, en la que se aceleró la dinámica histórica extraordinariamente, en la Edad Moderna el legado del pasado y el ritmo de los cambios son lentos, propios de los fenómenos de larga duración. Como se indica más arriba, no hubo un paso brusco de la Edad Media a la época moderna, sino una transición. Los principales fenómenos históricos asociados a la Modernidad (capitalismo, humanismo, estados nacionales, etcétera) venían preparándose desde mucho antes, aunque fue en el paso de los siglos XV a XVI en donde confluyeron para crear una etapa histórica nueva. Estos cambios se produjeron simultáneamente en varias áreas distintas: en lo referente a lo económico con el desarrollo del capitalismo; en lo político con el surgimiento de estados nacionales y de los primeros imperios ultramarinos; en lo bélico, con los cambios en la estrategia militar derivados del uso de la pólvora; en lo artístico con el Renacimiento, en el plano religioso con la Reforma Protestante; en el filosófico con el Humanismo, el surgimiento de una filosofía secular que reemplazó a la Escolástica medieval y proporcionó un nuevo concepto del hombre y la sociedad; en el científico con el abandono del magister dixit y el desarrollo de la investigación empírica de la ciencia moderna, que a largo plazo se interconectará con la tecnología de la Revolución industrial. En el siglo XVII, estas fuerzas disolventes habían cambiado la faz de Europa, sobre todo en su parte noroccidental, aunque estaban todavía muy lejos de relegar a los actores sociales tradicionales de la Edad Media (el clero y la nobleza) al papel de meros comparsas de los nuevos protagonistas: el Estado moderno, y la burguesía.

Desde una perspectiva materialista, se entiende que este proceso de transformación empezó con el desarrollo de las fuerzas productivas, en un contexto de aumento de la población (con altibajos, desigual en cada continente y con existencia de índice de mortalidad catastrófica propia del el Antiguo Régimen demográfico, por lo que no puede compararse a la explosión demográfica de la Edad Contemporánea). Se produce el paso de una economía abrumadoramente agraria y rural, base de un sistema social y político feudal, a otra que sin dejar de serlo mayoritariamente, añadía una nueva dimensión comercial y urbana, base de un sistema político que se va articulando en estados-nación (la monarquía en sus variantes autoritaria, absoluta y en algunos casos parlamentaria); cambio cuyo inicio puede detectarse desde fechas tan tempranas como las de la llamada revolución del siglo XII y que se precipitó con la crisis del siglo XIV, cuando se abre la transición del feudalismo al capitalismo que finalizó en el siglo XIX.[nota 8]

Fachada de la bas�lica de San Pedro, Roma. La inscripci�n del friso es curiosa: se hizo en honor del Pr�ncipe de los Ap�stoles, Paolo Borghese, Romano Pont�fice M�ximo. A�o 1612, s�ptimo de su pontificado. Es notable vanidad la que supone enaltecer el apellido familiar junto al nombre que adopt� como papa (Paulo V ten�a como nombre Camilo Borghese), y apropiarse de un monumento que llevaba cien a�os construy�ndose por iniciativa de muchos papas. Curiosamente, las tres palabras que quedan sobre la entrada resumen (sin duda involuntariamente) las claves de la Edad Moderna: PAVLVS BVRGHESIVS ROMANVS, la herencia cl�sica (greco-romana), el cristianismo expansivo de Pablo de Tarso (el jud�o ap�stol de los gentiles) y la enigm�tica presencia, central, de la burgues�a. Sin embargo, nada m�s antiburgu�s que la aristocr�tica familia Borghese en el epicentro del clero cat�lico.
Los S�ndicos del Gremio de los Pa�eros, Rembrandt, 1662. La burgues�a neerlandesa, tras la Revuelta de Flandes, se ha convertido por primera vez en la historia en la clase dominante a cuyos intereses sirve un estado de dimensiones nacionales. Esto es excepcional no solo en el mundo sino en Europa, donde incluso Inglaterra, en plena Restauraci�n inglesa, todav�a no ha solucionado sus conflictos sociales y pol�ticos, mientras que en el resto triunfa el Antiguo R�gimen en mayor o menor medida.

En este per�odo, surge la burgues�a, una clase social que puede asociarse los nuevos valores ideol�gicos (el individualismo, el trabajo, el mercado, el progreso...). No obstante, el predominio social de clero y nobleza no es discutido seriamente durante la mayor parte de la Edad, y los valores tradicionales (el honor y la fama de los nobles, la pobreza, obediencia y castidad de los votos mon�sticos) son los que se conforman como ideolog�a dominante, que justifica la persistencia de una sociedad estamental. Hay historiadores que niegan incluso que la categor�a social de clase (definida con criterios econ�micos) sea aplicable a la sociedad de la Edad Moderna, que prefieren definir como una sociedad de �rdenes (definida por el prestigio y las relaciones clientelares).[9]​ Pero desde una perspectiva m�s amplia, considerando el periodo en su conjunto, es innegable que poderosas fuerzas, aquella en que se basan esos nuevos valores, estaban en conflicto y chocaron, a la velocidad de los continentes, con las grandes estructuras hist�ricas propias de la Edad Media (la Iglesia cat�lica, el Imperio, los feudos, la servidumbre, el privilegio) y otras que se expandieron durante la Edad Moderna, como la colonia, la esclavitud y el racismo eurocentrista.

Mientras en Europa se desarrollaba este conflicto secular, la totalidad del mundo, conscientemente o no, fue afectada por la expansi�n europea. Como se ha visto en Secuenciaci�n, para el mundo extraeuropeo la Edad Moderna significa la irrupci�n de Europa, en mayor o menor medida seg�n el continente y la civilizaci�n, a excepci�n de una vieja conocida, la isl�mica, cuyo campe�n, el Imperio Turco, se mantuvo durante todo el periodo como su rival geoestrat�gico. Seg�n la perspectiva de Am�rica, la Edad Moderna significa tanto la irrupci�n de Europa como la gesta de la independencia que dio origen a los nuevos estados nacionales americanos.

El rol de la burgues�a

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Los burgueses, nombre que se dio en la Edad Media en Europa a los habitantes de los burgos (los barrios nuevos de las ciudades en expansi�n), ten�an una posici�n ambigua en la Edad Moderna. Una visi�n lineal, que le interese los hechos hasta la Revoluci�n Burguesa, les buscar� emplaz�ndose a s� mismos fuera del sistema feudal, como hombres libres que, en Europa, se hicieron poderosos gracias a la creaci�n de redes comerciales que la abarcaban de norte a sur. Ciudades que hab�an conseguido una existencia libre entre el imperio y el papado, como Venecia y G�nova, crearon verdaderos imperios comerciales. Por su parte, la Hansa domin� la vida econ�mica del Mar B�ltico hasta el siglo XVIII. Las ciudades eran islas en el oc�ano feudal, pero el que la burgues�a fuera realmente un factor que disolviera el sistema feudal, o m�s bien un testimonio de su dinamismo, al expandirse con el excedente que los se�ores extraen en sus feudos, es un tema que ha discutido extensamente la historiograf�a.[10]​ El mismo papel de la ciudad europea durante la Edad Moderna puede considerarse un proceso de larga duraci�n dentro del milenario proceso de urbanizaci�n: la creaci�n de una red urbana, preparaci�n necesaria para el cumplimiento de las funciones sociales del mundo industrial moderno. A la l�nea de meta llegaron con ventaja metr�polis como Londres y Par�s en el siglo XVIII; por el camino quedaron rezagadas, sin capacidad de articular una econom�a nacional de dimensiones suficientes para el despegue industrial, ciudades relegadas a la condici�n de semiperif�ricas: Lisboa, Sevilla, Madrid, N�poles, Roma o Viena; o, con otras caracter�sticas funcionales, independientemente de su tama�o, las de la periferia euro-mediterr�nea: Mosc� o San Petersburgo, Estambul, Alejandr�a o El Cairo; y las de la arena exterior, tanto en espacios ajenos a la colonizaci�n europea (Pek�n) como las ciudades coloniales.[11]

Aunque fue enorme la diferencia de posici�n econ�mica entre alta burgues�a, baja burgues�a y plebe empobrecida, no lo estaba en muchos extremos por su condici�n social: todas eran pueblo llano. La diferenciaci�n entre burgues�a y campesinado todav�a era m�s significativa, pues fuera de las ciudades es donde viv�a la inmensa mayor�a de la poblaci�n, dedic�ndose a actividades agropecuarias de muy escasa productividad, lo que las condenaba al anonimato hist�rico: la producci�n documental, que se desarrolla de forma extraordinaria en la Edad Moderna (no solo con la imprenta, sino con el auge burocr�tico del estado y de los particulares: registros econ�micos, protocolos notariales...) es esencialmente urbano. Los fondos de los archivos europeos empiezan ya a competir en densidad de fuentes documentales con enorme ventaja frente a los chinos, de milenaria continuidad.

Tambi�n puede verse a la burgues�a como un aliado del absolutismo, o como un agregado social sin verdadera conciencia de clase, cuyos individuos prefieren la "traici�n" que les permite el ennoblecimiento por compra o matrimonio, sobre todo cuando la ideolog�a dominante persigue el lucro y santifica la renta de la tierra.[12]​ Su papel como agente revolucionario hab�a ocasionado las revueltas populares urbanas de la Edad Media, y continuar� vivo pero err�tico en las de la Edad Moderna, algunas te�idas de ideolog�a religiosa, otras de revuelta antifiscal o incluso de motines de subsistencia.[13]​ Dentro de la Monarqu�a Hisp�nica, se estableci� todo un complejo sistema de din�mica social, lo que dentro de la historiograf�a se ha establecido como el Cambio Inm�vil. Este se desarrolla, con base en el servicio de la corona, los matrimonios mixtos, como en el resto de Europa. No obstante, lo m�s relevante ser� la suplantaci�n de la nobleza, a trav�s de asimilar las distintas formalidades, modos de vida de las clases nobiliarias. Pasando en cuesti�n de una o dos generaciones a considerarse tanto ellos mismos como el resto de su comunidad.[14]​ Con base en estos movimientos y la necesidad de la financiaci�n por parte de la Monarqu�a Hisp�nica, dio pie a una continua venta tanto de cargos como de t�tulos nobiliarios en contra de los propios territorios de la corona.

En otros continentes, la caracterizaci�n social de una clase definida por su actividad urbana, su identificaci�n con el capital y la condici�n de no privilegiada, es mucho m�s problem�tica. No obstante, se ha aplicado el t�rmino en Jap�n, cuya formaci�n econ�mico-social ha sido asimilada al feudalismo, y con muchas m�s dificultades en China, aunque las interpretaciones de su historia est�n muy vinculadas a posiciones ideol�gicas. En el caso concreto de Jap�n, debemos de destacar la constituci�n de una sociedad estamental completamente estanca, mantenida por parte del Shogunato Tokugawa. En ella la casta militar mantuvo su importancia a pesar de ir tendiendo a la pobreza, manteni�ndose hasta el siglo XIX[15]

El mundo isl�mico ten�a desde sus or�genes una fuerte componente comercial, con un desarrollo impresionante de las rutas a larga distancia (navieras y caravaneras), y una artesan�a superior a la europea en muchos aspectos, pero el desarrollo de las fuerzas productivas demostr� ser menos din�mico, y con �stas la din�mica social. Los mercaderes �rabes o el zoco, sin dejar de ser bullicioso y reflejar el descontento popular en periodos de crisis, no estuvieron nunca en condiciones de significar un desaf�o a las estructuras.

Am�rica fue, desde el comienzo de su colonizaci�n, una tierra de promisi�n donde se hac�an experiencias de ingenier�a social. Las reducciones jesu�ticas o los peregrinos del Mayflower son casos extremos, siendo el fen�meno m�s importante la ciudad colonial hisp�nica, con su urbanismo trazado a cordel a partir de una amplia Plaza Mayor sobre tierras v�rgenes o ciudades precolombinas, a veces incluso convirti�ndose en ciudad peregrina, cambiando su emplazamiento por terremotos o condiciones sanitarias. Es posible encontrar la formaci�n de una burgues�a en Am�rica durante la Edad Moderna, en las colonias brit�nicas del norte, y en los criollos hispanoamericanos, que impulsar�n los procesos de independencia y contribuir�n decisivamente al final del Antiguo R�gimen y la plasmaci�n de los valores de la Edad Contempor�nea.

Las exploraciones financiadas por las monarqu�as europeas (en Portugal, el caso precoz de Enrique el Navegante), y llevadas a cabo por personajes como Crist�bal Col�n, Juan Caboto, Vasco de Gama o Hernando de Magallanes, surcaron mares hasta ese momento inexplorados y llegaron a tierras que eran desconocidas por los europeos, posibilitados gracias a una serie de adelantos en materia de n�utica: la br�jula y la carabela. La relaci�n que el esp�ritu individualista y la b�squeda de prestigio pudieran tener con los valores burgueses no es tan clara: no supone ninguna variaci�n desde tiempos de Marco Polo y tiene posiblemente m�s relaci�n con el esp�ritu caballeresco y los valores nobiliarios de la Baja Edad Media.[16]​ Aprovechando sus descubrimientos, Espa�a, Portugal y Holanda primero, y Francia e Inglaterra despu�s, construyeron imperios coloniales, cuyas riquezas, sobre todo la extracci�n de oro y plata de Am�rica, estimularon todav�a m�s la acumulaci�n de capital y el desarrollo de la industria y el comercio, aunque a veces m�s fuera del propio pa�s que dentro, como fue el caso de la castellana, que sufri� las consecuencias de la Revoluci�n de los Precios y una pol�tica econ�mica, el mercantilismo paternalista que busca m�s la protecci�n del consumidor (y de los privilegiados) que la del productor.

Fuera de Inglaterra y Holanda, en el siglo XVII, la burgues�a ten�a un poder econ�mico relativo, y ning�n poder pol�tico. No ser�a propio decir que lleg� a sus manos ni siquiera cuando reyes como Luis XIV empezaron a llamar a burgueses como ministros de estado, en vez de la vieja aristocracia.

El Sult�n del Imperio otomano Solim�n el magn�fico, vencedor de la batalla de Moh�cs (1526), tras la que ocupa Hungr�a y sitia Viena. Los soldados que le sirven de guardia son los jen�zaros. Su expansi�n militar y territorial le convirtieron en un monarca tan poderoso como pudiera serlo Carlos V del Sacro Imperio, y con un control interno sobre sus dominios no menor en cuanto a supremac�a. No obstante, su sistema pol�tico no es comparable con la monarqu�as autoritarias de la Europa Occidental, que est�n en una din�mica muy diferente.
El papa Paulo III reconcilia a Francisco I de Francia con el emperador Carlos V (Tregua de Niza, 1538), en un cuadro de Sebastiano Ricci (1688). La enemistad de los dos soberanos trajo como consecuencia el inicio de un siglo de hegemon�a de la Monarqu�a cat�lica, pero tambi�n en la imposibilidad de una restauraci�n del Sacro Imperio romano. El poder papal, desafiado por la Reforma, subsistir�.
La familia de Felipe V, de Louis-Michel van Loo, nos recibe en estudiada pose en un ambiente barroco. La imagen sirvi� como comunicaci�n familiar con los Borb�n de Francia. El pacto de familia que mantuvieron ambas ramas de la dinast�a hasta la ejecuci�n de Luis XVI demuestra c�mo los intereses nacionales (de unas naciones todav�a no construidas) se postergaban ante los din�sticos. Territorios y s�bditos pod�an intercambiarse por un tratado sin consultar a nadie m�s que a su soberano. Alg�n rey prefer�a perder sus estados antes que gobernar sobre herejes (Felipe II de Espa�a) mientras que otro compraba Par�s por el buen precio de una misa (Enrique IV de Francia).
El emperador chino Kangxi, cuyo reinado, de 1662 a 1722 fue comparable en duraci�n al de Luis XIV de Francia, aunque indiscutiblemente, China era mucho m�s poderosa y extensa. La existencia de las potencias europeas ya no pod�a ser ignorada, y se vio forzado a mantener un equilibrio fronterizo con Rusia en Asia Central y a frustrar las pretensiones proselitistas del papado. La formaci�n econ�mico-social china no podr� sostener la presi�n expansiva de Europa en el siglo siguiente.

El poder de los reyes

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En Europa Occidental, desde finales de la Edad Media algunas monarqu�as tendieron a la formaci�n de lo que podr�a denominarse como estados nacionales, en espacios geogr�ficamente definidos y con mercados unificados y con una dimensi�n adecuada como para la modernizaci�n econ�mica. Sin llegar a los extremos del nacionalismo del siglo XIX y XX, se evidenciaba la identificaci�n de algunas monarqu�as con un car�cter nacional, y se buscaban y exageraban esos rasgos, que pod�an ser las leyes y costumbres tradicionales, la religi�n o la lengua. En ese sentido iban la reivindicaci�n de la lengua vern�cula para la corte de Inglaterra (que durante toda la Edad Media hablaba franc�s) o la argumentaci�n de Nebrija a los Reyes Cat�licos en su Gram�tica Castellana de que, deben imitar a Roma y al lat�n porque la lengua va con el imperio (origin�ndose una serie de orgullosas defensas del espa�ol en actos diplom�ticos).[nota 9]

Este proceso no fue ni continuo ni sin altibajos, y no estaba claro en sus comienzos si habr�a de prevalecer la Idea Imperial de Carlos V, el mosaico multinacional din�stico de los Habsburgo o la expansi�n europea del Imperio otomano. Si en el siglo XVIII parec�an fuertemente establecidos los actuales Estados de Espa�a, Portugal, Francia, Inglaterra, Suecia, Holanda o Dinamarca, nadie pod�a haber previsto el destino de Polonia, repartido entre sus vecinos. Los intereses din�sticos de las monarqu�as eran cambiantes y produjeron a lo largo de la Edad Moderna inacabables intercambios de territorios, por razones b�licas, matrimoniales, sucesorias y diplom�ticas, que hac�an que las fronteras fueran cambiantes, y con ellas los s�bditos.

El aumento del poder de los reyes se centr� en tres direcciones: eliminaci�n de todo contrapoder dentro del Estado, expansi�n y simplificaci�n de las fronteras pol�ticas (el concepto de fronteras naturales) en competencia con los dem�s reyes, y eliminaci�n de estructuras feudales supranacionales (las dos espadas: el papa y el emperador).

Las monarqu�as autoritarias intentaron anular toda posible oposici�n. En el siglo XVI aprovecharon la Reforma Protestante para separarse de la Iglesia cat�lica (principados alemanes y monarqu�as escandinavas) o bien para identificarse con ella (la monarqu�a del Rey Cristian�smo de Francia o la del Rey Cat�lico de Espa�a), aunque no sin conflictos (como prueba las pol�micas en torno al regalismo, o el galicanismo). La monarqu�a inglesa del Defensor de la Fe (Enrique VIII, Mar�a Tudor e Isabel I) intent� alternativamente una u otra opci�n para decantarse finalmente por una salida intermedia entre ambas (el anglicanismo). Los reyes intentaron imponer la unidad religiosa a sus s�bditos: en Espa�a los Reyes Cat�licos expulsaron a los jud�os y Felipe III a los moriscos, en Inglaterra el anglicano Enrique VIII persigui� a los cat�licos, y en Francia Richelieu persigui� a los protestantes. El principio cuius regio eius religio (la religi�n del rey ha de ser la religi�n del s�bdito) fue el director de las relaciones internacionales desde la Dieta de Augsburgo, aunque no consigui� evitar las guerras de religi�n hasta la firma de los Tratados de Westfalia (1648).

Otro frente de batalla fue la nobleza, que en ocasiones se resisti� al aumento del poder real, como en la Guerra de las Comunidades de Castilla (1521), la Fronda francesa de 1648, o las conspiraciones con ocasi�n de la crisis de 1640 contra el Conde-Duque de Olivares en distintos puntos de la Monarqu�a Hisp�nica. No debe interpretarse esto como una identificaci�n de los intereses de clase de la burgues�a y la monarqu�a, que puede apoyarse en ella, sabiendo que es su principal fuente de ingresos, pero, al menos en las zonas en que puede hablarse de sociedades de Antiguo R�gimen, se identifica mucho m�s claramente con los intereses de la clase dominante: los privilegiados (nobleza y clero). En esas mismas ocasiones las revueltas tambi�n mostraron un componente de particularismo regional que se opone a la centralizaci�n, la resistencia de instituciones que pueden funcionar como contrapeso a la corona (Parlamentos judiciales o legislativos), o un car�cter antifiscal. En el caso m�s favorable al poder real, el franc�s, result� en una monarqu�a absoluta identificada con el estado unitario y centralizado. Mientras tanto, primero en Holanda (tras su independencia) y luego en Inglaterra (tras la guerra civil inglesa) se experiment� el funcionamiento de la monarqu�a parlamentaria en respuesta a otra formaci�n econ�mico-social.

El regicidio del inca Atahualpa, tal como la dibuj� Felipe Guam�n Poma de Ayala, en su Nueva Cr�nica y Buen Gobierno, un excepcional documento de la visi�n ind�gena de la Conquista de Am�rica, descubierto en 1908.
El rey don Sebasti�n I de Portugal, que a pesar de haber muerto en Alcazarquivir, junto a otros dos reyes (estos musulmanes), "reapareci�" en la figura de un pastelero de Madrigal y permaneci� siempre vivo y eternamente joven en el imaginario popular, como los h�roes hom�ricos o el Che Guevara en el siglo XX (sin olvidarnos de h�roes populares como Elvis Presley, Marilyn Monroe, James Dean, Jim Morrison o John Lennon).

En lo externo, los imperios europeos buscaron ampliar sus dominios territoriales. Espa�a se construy� un Imperio en Am�rica. Portugal y Holanda fundaron factor�as, n�cleos de futuras ciudades, en diversos puntos costeros diseminados por todo el mapa terrestre. Francia e Inglaterra intentaron entrar en la India, al tiempo que fundaban colonias en lo que despu�s ser�n Estados Unidos y Canad�. La pugna por el complejo mapa de pol�tico europeo fue incesante, desgastando las energ�as sociales extra�das a trav�s de los impuestos en cruentas conflagraciones cuyo fin pod�a ser el predominio din�stico, religioso o el mantenimiento o la discusi�n de la hegemon�a continental, en la que se sucedieron Espa�a y Francia, con la irrupci�n local de potencias locales (Dinamarca, Suecia, Polonia...). Los escenarios de las conflagraciones europeas fueron preferentemente los atomizados espacios pol�ticos de la pen�nsula italiana y Europa Central, surgiendo en �sta las potencias rivales de Austria y Prusia, cuyo futuro no se dilucidar� hasta bien entrada la Edad Contempor�nea.

Frente a todo esto, se gener� una crisis en las viejas estructuras supranacionales. La Iglesia cat�lica fue incapaz de mantener consolidada a Europa bajo su predominio aunque los Estados Pontificios subsistieron con una influencia incomparablemente superior a su peso temporal, y el Sacro Imperio Romano Germ�nico, despu�s del frustrado intento por restaurarlo de Carlos V, fue pr�cticamente desmantelado por el Tratado de Westfalia de 1648. El Imperio sigui� existiendo te�ricamente hasta 1806, pero en los hechos no era m�s que una presencia nominal en el mapa internacional, sin poder efectivo.

El Rey ha muerto, �viva el Rey!

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Esta expresi�n, que garantizaba la continuidad de la monarqu�a hereditaria, es tambi�n un indicio de los l�mites del Estado que se pretende construir por una monarqu�a con aspiraciones absolutistas.[17]​ En todas las civilizaciones, el momento de la muerte de los reyes (o su agon�a, o su falta de sucesi�n) ha dado hist�ricamente origen a problemas sucesorios, e incluso guerras.

El condottiero Bartolomeo Colleoni, con gesto adusto contempla Venecia desde su caballo en el famoso bronce de Verrocchio. Los ej�rcitos mercenarios, verdaderas empresas dirigidas con criterios protocapitalistas, se alquilaban al mejor postor en la Italia del Renacimiento. La caballer�a medieval quedaba para los ejercicios literarios.
Guerrero japon�s fotografiado por Felice Beato en la d�cada de 1860. Tras una primera apertura, que incluy� la evangelizaci�n hispano-portuguesa, Jap�n se cerr� a todo tipo de contactos con los extranjeros en 1641 con la pol�tica sakoku (con la m�nima excepci�n de la importaci�n de libros y el consentimiento de intercambios con los holandeses de la isla artificial de Dejima), y sigui� considerando las armas de fuego como b�rbaras y primitivas, prefiriendo las tradicionales del samur�i hasta la restauraci�n Meiji del siglo XIX.

La posibilidad de dar muerte al rey era un hecho todav�a m�s grave, y la lesa majestad sancionada con la peor de las condenas (el suplicio de los regicidas como Ravaillac era particularmente doloroso). La mera consideraci�n de ese argumento en la ficci�n garantizaba el inter�s de las truculentas tragedias de Shakespeare, en las que el usurpador encuentra su merecido castigo (Hamlet o Macbeth) sobre todo en la corte de Isabel I de Inglaterra, siempre vigilante contra reales o imaginarias conspiraciones contra su vida.

En la mayor parte de las culturas, dar muerte al rey estaba reservado como mucho a los enfrentamientos caballerescos con otro rey en el campo de batalla (por ejemplo, a pesar de algunos detalles ruines, el fratricidio de Enrique de Trastamara sobre Pedro I el cruel), cosa que en la Edad Moderna raramente se produc�a pues no sol�an arriesgarse (la muerte de Enrique II de Francia en un torneo entra dentro de los accidentes deportivos, y el apresamiento en la batalla de Pav�a de Francisco I, que se quejaba de que Carlos V no entrara en liza personalmente con �l, es algo excepcional). Por eso impact� tanto a toda Europa la temprana muerte de Sebasti�n I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. Este hecho adem�s, estuvo en el origen de la decadencia portuguesa (el ejército quedó destruido y su tío Felipe II se impuso como heredero incorporando el reino a la Monarquía Hispánica, que desperdició lo mejor de la flota en la Armada Invencible y enfrentó el imperio colonial a la rapiña de sus enemigos ingleses y holandeses). También fue el origen de un curiosísimo movimiento social, el sebastianismo, muy popular entre los campesinos y clases bajas, que reivindicaba su presencia oculta y su mesiánica vuelta. Un movimiento idéntico tuvo lugar en Rusia, donde periódicamente aparecían falsos Dimitris reclamando ser el zarevitch heredero de Iván el Terrible. Estos movimientos (similares a otros movimientos milenaristas o mesiánicos, como los asociados al imán oculto en la religión islámica) acogían todo tipo de reivindicaciones populares que aprovechaban la oportunidad de expresarse en asociación con un concepto idealizado de la monarquía paternalista. Era difícil concebir que de la sagrada figura de un rey pudiera realizar actos de tiranía. Toda tiranía se atribuye a los malos consejeros, o al secuestro de la voluntad del rey (la leyenda de La máscara de hierro). Los validos son las figuras más odiadas. En la Edad Moderna la discrepancia más atrevida solía ser el grito Viva el rey y muera el mal gobierno. En otras civilizaciones, se opta por separar radicalmente la figura del gobernante de derecho, que pasa a ser una figura únicamente decorativa (el Califa en el islam y el Emperador en Japón) y el gobernante de hecho, que pasa también a ser hereditario y solemnizarse (el sultán otomano o el shōgun en Japón)

La rendición de Breda o Las Lanzas, de Velázquez, 1636. Uno de los episodios gloriosos que se celebraban en el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro de Madrid.[18]​ Los tercios de Ambrosio de Spínola, que exhiben enhiestas sus picas, consiguieron desalojar de la plaza fortificada que se adivina humeante al fondo, a las tropas neerlandesas de Justino de Nassau, en uno de los últimos triunfos de las armas españolas, abocadas al fin de su hegemonía.
Maqueta de la Citadelle de Lille (1667). Louis Le Grand la voulut, Vauban la dessina, Simon Vollant l'édifia (Luis XIV la quiso, Vauban la diseñó y Simon Vollant la edificó). Uno de los ejemplos más acabados de las fortificaciones contra la artillería, que superaban el concepto medieval de muralla (fosos y muros almenados que rodeaban una ciudad, con cubos o torres a intervalos regulares) por una ingeniosa geometría (que comenzó llamándose "traza italiana") a la que se añadían baluartes avanzados y contramedidas para las minas que excavaban los zapadores asaltantes.

Lo que es una gran novedad de la Europa de la Edad Moderna es convertir la muerte del rey en algo teorizable, entroncándolo con la Antigüedad clásica. El tiranicidio se justificó por el padre Mariana, de la Escuela de Salamanca, en un libro[19]​ que dedicó a la instrucción del futuro Felipe III, y que fue ampliamente divulgado más fuera que dentro de España, utilizándose sus argumentos en la justificación de la rebelión de los Países Bajos y más adelante incluso, en las dos grandes revoluciones del siglo XVIII (americana y francesa), que siempre pusieron buen cuidado de legitimarse por oposición a la pérdida de legitimidad del rey contra el que se rebelan, de una manera no tan distinta a como vasallos y señores feudales se aplicaban recíprocamente el concepto de felonía. En el himno de Holanda, Guillermo de Orange dice: "al rey de España siempre honré" - Den Koning van Hispanje/ Heb ik altijd geëerd, y los revolucionarios americanos dedican toda la primera parte de su Declaración de Independencia a convencer al mundo de que no les queda otra salida.

El respeto sacral que a la figura de los reyes se guardaba en Europa no se aplicaba por los conquistadores a los caciques, reyes o emperadores americanos, todos ellos considerados por los europeos como «indígenas paganos», cuya soberanía podía ser discutida solo con que se negaran a atender el Requerimiento. Así no hubo mayor inconveniente en extorsionar, torturar y matar a Hatuey, Atahualpa y Moctezuma (menos todavía en sofocar las revueltas posteriores a la conquista, incluso en fechas tan tardías como la de Túpac Amaru II, que enlaza ya con los gritos de la independencia americana). Pero andando el tiempo también el Viejo Continente presenció algunos regicidios notables, como los de Guillermo de Orange, Enrique III y Enrique IV de Francia, a manos de fanáticos, y los judiciales de María Estuardo y Carlos I de Inglaterra. Cuando la guillotina caiga sobre Luis XVI, la Edad Moderna ya habrá terminado, comprobándose que la sangre azul es igual que cualquier otra.

En América las revoluciones independentistas que comenzaron en 1776 con la sublevación de las trece colonias británicas que dieron origen a los Estados Unidos y se extendió con la Guerra de Independencia Hispanoamericana (1809-1824), que dieron origen a las primeras naciones latinoamericanas, fusionaron la idea de independencia con la oposición radical a la monarquía y el derecho al regicidio. El resultado fue la aparición de una cantidad de repúblicas sin precedente en la Historia Universal.

Revolución militar

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También el arte militar experimentó profundos cambios, que fueron correlativos a los cambios políticos que se vivían en ese tiempo. La introducción de las armas de fuego marcó el final de la época de los caballeros feudales, y el inicio del predominio de la infantería. Aunque los primeros usos de la pólvora fueron en China, su empleo militar fue fundamentalmente europeo durante la Edad Moderna. El código del honor del caballero medieval veía las armas de fuego como un insulto a la valentía, que permitía abatir al mejor caballero por el más ruin villano mercenario, pero su aceptación, desarrollo y sofisticación en Europa es una de las claves de su expansión durante la Edad Moderna. Los cambios sociales que produjo en su interior terminaron, paradójicamente, incluyendo su uso en los duelos por honor.

La batalla de Lepanto, vista por Veronés, es una confusión de galeras que se embisten tras el duelo artillero, cuya suerte se decide en el plano celestial, por la intercesión ante la Virgen María de los santos patrones de cada miembro de la Santa Liga (por el papa, con las llaves del reino de los cielos, Pedro; por España, con equipo de peregrino, Santiago; por Génova, con corona y espada, Catalina; y por Venecia, con su león, Marcos).

Ya la guerra de los Cien Años había supuesto una humillación de la nobleza francesa frente a los arqueros ingleses, pero fue la artillería, que se experimentó en las últimas fases de la Reconquista (parece ser que los defensores musulmanes la usaron en la toma de Niebla en el siglo XIII, y los cristianos desde la �poca de Alfonso XI), la que demostrar� ser el arma decisiva, cuyo coste, inasumible por ning�n noble particular, solo pod�a ser sufragado por los crecientes recursos de las monarqu�as autoritarias, con lo que el ej�rcito moderno pasar� a ser uno de sus atributos. La Guerra de Granada ser� decisiva para la conformaci�n de una unidad militar compleja y bien articulada: los tercios, que se probar�n exitosamente en Italia bajo el mando del Gran Capit�n frente a los ej�rcitos franceses, al tiempo que se internacionalizan con mercenarios de todas las nacionalidades. Los suizos y los lansquenetes alemanes ser�n los m�s afamados. Por primera vez desde el Imperio romano, las guerras europeas se libraban con una visi�n estrat�gica continental que pon�a a su servicio crecientes aparatos estatales: era mayor proeza "poner una pica en Flandes" desde el punto de vista econ�mico que desde el puramente t�ctico, y las batallas diplom�ticas no fueron menos decisivas que las reales para cerrar o mantener abierto el llamado camino espa�ol.[20]

La Armada Invencible partiendo del puerto de Ferrol. La tecnolog�a naval de �lite europea se bati� en el canal de la Mancha, prevaleciendo la inglesa sobre la espa�ola (que desde 1580 inclu�a tambi�n a la portuguesa, o sea, a las due�as de las dos mitades del mundo desde el Tratado de Tordesillas). Ninguna marina extraeuropea pudo competir hasta la Guerra Ruso-Japonesa de 1905: la famosa flota china del siglo XV dirigida por Zheng He no tuvo continuidad.

Al mismo tiempo, la ingenier�a tuvo gran adelanto, perfeccionando una nueva t�ctica de defensa: el basti�n. Impulsados por el desaf�o de los artilleros, ingenieros militares entre los que se encontraba el propio Leonardo da Vinci entablan con ellos una carrera de armamentos que no ha parado hasta el siglo XXI.

Como consecuencia, las campa�as medievales, enfrentamientos de huestes reclutadas por los lazos del vasallaje se transformaron en verdaderas guerras de asedio y desgaste del enemigo, utilizando tropas profesionales, mercenarias, lo que en parte explica la enorme crueldad creciente de los conflictos hasta el siglo XVII. Para el siglo XVIII, las guerras, sometidas a m�todo y c�lculo acad�mico, experimentaron un notable cambio, transform�ndose en campa�as atemperadas, voluntariamente limitadas y con prolijas maniobras, en donde los generales arriesgaban poco y cuidaban mucho a sus tropas (famoso fue en ello el rey sargento, Federico Guillermo I de Prusia). Los uniformes, las banderas y la m�sica militar se codifican de forma exquisita (el himno y la bandera de Espa�a provienen de esta �poca). Este esquema regir�a los campos de batalla europeos hasta la llegada de Napole�n Bonaparte, primer general que aprovech� a gran escala el reclutamiento masivo producto del servicio militar obligatorio o naci�n en armas, ignorando los rangos aristocr�ticos que en los ej�rcitos de las monarqu�as absolutas reservaban los puestos directivos a gente de no probada val�a, mientras que para �l �cada soldado lleva en su mochila el bast�n de mariscal�. Pero eso fue ya en un periodo hist�rico diferente, la Edad Contempor�nea, en el que, tras el intento de bloqueo continental contra la industria inglesa y las teorizaciones de Clausewitz, se terminar� hablando de la guerra total, un concepto ajeno al periodo de la Edad Moderna, en que la vida econ�mica y social segu�a en buena parte ajena a las batallas.

La guerra naval

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Confucio presenta al ni�o-Buda a Lao Tse, en una singular recreaci�n pict�rica de �poca Qing. Mientras el islam y cristianismo se expand�an en conflicto por la mayor parte del mundo, el budismo hab�a conseguido implantarse con fuerza en Extremo Oriente, en cada caso sobre un sustrato distinto (en China y Jap�n, las religiones tradicionales, confucionismo y shinto, en Indochina, el hinduismo); al mismo tiempo, en su India natal, los mogoles musulmanes y el hinduismo justificador del sistema social de castas lo hacen pr�cticamente desaparecer.

La guerra naval conoce un salto cualitativo con la incorporaci�n de la artiller�a y de las mejoras t�cnicas de la navegaci�n. La capacidad de maniobra r�pida y abordaje de la propulsi�n a remo (todav�a �til en 1571 en Lepanto) quedar� obsoleta, en beneficio de la planificaci�n estrat�gica en un escenario planetario, donde flotas oce�nicas llevan la presencia militar a distancias enormes con una agilidad creciente. �La mayor ocasi�n que vieron los siglos�, como la calific� Cervantes, que all� perdi� su mano izquierda (para mayor gloria de la derecha), signific� de hecho el mantenimiento del statu quo en el Mediterr�neo: el oriental para los turcos y el occidental para los espa�oles, pero el conjunto del Mare Nostrum hab�a perdido ya su centralidad en beneficio del Atl�ntico. Hasta la derrota de la Armada Invencible (1588) nadie desafiaba la hegemon�a naval hispano-portuguesa m�s all� de enfrentamientos irregulares (los holandeses mendigos del mar o los piratas berberiscos o ingleses, poco importantes hasta el siglo XVII).

Bula Exurge Domine, Contra Errores Martine Lutheri et sequatium: contra los errores de Mart�n Lutero y sus seguidores (15 de junio de 1520), por la que el papa Le�n X le amenazaba con la excomuni�n si no se retractaba de 41 puntos incluidos en sus famosas 95 tesis del 31 de octubre de 1517. Lutero quem� p�blicamente la bula (10 de diciembre de 1520) y la excomuni�n se hizo efectiva (3 de enero de 1521). Cualquiera de esas fechas son hitos para la Edad Moderna, aunque no habr�an pasado de ser una disputa teol�gica si no hubieran encontrado el formidable eco que la difusi�n de la imprenta permiti� a los argumentos de ese "oscuro fraile", y no se hubieran acogido por una sociedad madura para recibirlos y unos agentes pol�ticos dispuestos y capaces de aprovechar su potencial.

Consciente de poseer un imperio donde no se pon�a el sol, Felipe II ofreci� una recompensa fabulosa a quien le ofreciera un reloj mec�nico que permitiera a sus barcos calcular con precisi�n la longitud cartogr�fica, cosa que no se consigui� hasta el siglo XIX; pero para entonces el meridiano cero era el de Greenwich y no el de C�diz ni el de Par�s, a pesar del esfuerzo cient�fico que supuso el sistema m�trico decimal. La batalla de Trafalgar (1805) vino a sancionar indiscutiblemente la hegemon�a mar�tima que Inglaterra ya hab�a alcanzado, al menos desde la guerra de sucesi�n espa�ola, que le proporcion� Gibraltar y Menorca, adem�s de ventajas comerciales en Am�rica (1714). Olvidado quedaba el reparto hemisf�rico del mundo entre espa�oles y portugueses (Tratado de Tordesillas, 1494) y que hab�a provocado el enojo de Francisco I de Francia, que pidi� que le ense�aran la cl�usula del testamento de Ad�n que preve�a tal cosa. Entretanto, los bosques ib�ricos de la ardilla de Estrab�n (que cruzaba la pen�nsula sin tocar el suelo) se hab�an convertido en tablones de barco o en tallas de santos (destinos para los que se seleccionaban las piezas m�s escogidas), lo que tuvo decisivas consecuencias econ�micas y ecol�gicas: se dice que buena parte de los sedimentos depositados en el Delta del Ebro se deben a la deforestaci�n del Pirineo en la Edad Moderna.

La orfebrer�a sagrada americana, como �sta de la cultura Muiscas, donde aparece la barca ritual que sumergir� ofrendas en un lago, excit� de tal manera el ansia de oro de los conquistadores que cre� la leyenda de El Dorado. Es enormemente simb�lico que el destino de la mayor parte de la producci�n art�stica precolombina fuese el saqueo y la fundici�n en monedas, que circulando de Sevilla a G�nova o Amberes cambiaron para siempre la econom�a mundial. En la antig�edad, una profanaci�n semejante se atribuye a Jerjes, que transform� el oro de Babilonia en arqueros (los numism�ticos y los de verdad).
Mezquita del Sah Abb�s I el grande, del imperio persa saf�vida en Isfah�n, Ir�n. En este caso, el impresionante p�rtico acoge a los chi�tas.
Las Misiones Jesu�ticas en Am�rica del Sur establecieron un sistema teocr�tico-guaran� de tipo igualitario que ha sido mencionado como antecedente de las ideas socialistas.

La religi�n

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Como probaban las herej�as urbanas medievales apaciguadas por la Inquisici�n y la Orden Dominicana, la Iglesia cat�lica se encuentra en conflicto con la nueva vida urbana, y hab�a mirado sus transformaciones con reticencia, aunque tambi�n demostr� una gran capacidad de asimilaci�n de los elementos disolventes (Orden Franciscana y devotio moderna de Tom�s de Kempis). En el siglo XIV hab�a vivido la Cautividad de Avi��n y el Cisma de Occidente, y en el XV vivi� un proceso de acrecentamiento del poder temporal. Ejemplos de papas mundanos fueron, por ejemplo, Alejandro VI y Julio II, este �ltimo apodado, y no sin raz�n, el �Papa guerrero�. Para financiarse, recurri� de manera cada vez m�s escandalosa a la venta de indulgencias, lo que excit� las protestas de John Wycliff, Jan Hus y Mart�n Lutero. Este �ltimo, cuando la Iglesia lo llam� a someterse, rehus�, se�alando que la �nica fuente de autoridad eran las Sagradas Escrituras. Era esta una nueva visi�n de la relaci�n entre el hombre y Dios, personalista e intimista, m�s acorde con los valores de la modernidad y muy diferente a la idea social y comunitaria de la religi�n que ten�a el catolicismo medieval. Entre los numerosos seguidores de Lutero no fue posible la uniformidad (la interpretaci�n libre de la Biblia y la negaci�n de autoridad intermedia entre Dios y el hombre lo hic�eron imposible), y as� Ulrico Zwinglio, Juan Calvino o John Knox, fundaron iglesias reformadas que se expandieron geogr�ficamente convirtiendo a Europa en un conglomerado de personas con creencias muchas veces contradictorias. Se ha propuesto[21]​ que el calvinismo y la doctrina de la predestinaci�n son posiblemente una contribuci�n esencial a la conformaci�n del esp�ritu burgu�s capitalista, al exaltar el trabajo y el triunfo personal. No obstante, no es imposible encontrar una versi�n cat�lica del mismo esp�ritu, como fue el jansenismo; lo que abundar�a en la tesis materialista de que m�s que una determinaci�n ideol�gica fueron las diferentes condiciones de la estructura econ�mica del norte y el sur de Europa las que influyeron en su divergente historia a lo largo de la Edad Moderna.

La Iglesia cat�lica reaccion� tard�amente, a finales del siglo XVI, imponiendo una serie de cambios internos en el Concilio de Trento (1545-1563). Los principales exponentes de esta reforma fueron Ignacio de Loyola y la Compa��a de Jes�s. Sin embargo, en general no pudo regresar a la fe cat�lica a numerosas naciones reformadas. En general, la Alemania del norte, Escandinavia y Gran Breta�a ya no volvieron al catolicismo, mientras que Francia se debatir�a durante a�os de conflictos internos por causa religiosa, hasta que en 1685 Luis XIV revoc� el Edicto de Nantes, que garantizaba la tolerancia cat�lica hacia los hugonotes, y los expuls�. El �xito de la Contrarreforma se dio en la Europa danubiana, la Alemania del sur y Polonia. Irlanda, las pen�nsulas ib�rica e it�lica, adem�s de los reci�n conquistados dominios ultramarinos espa�oles en Am�rica, permanecieron cat�licos.

Todo esto sucedi� en medio de un fuerte periodo de guerras de religi�n: en Alemania, los pr�ncipes cat�licos se apoyaron en Carlos V contra los pr�ncipes protestantes, al tiempo que surg�an movimientos sociales como la guerra de los campesinos o los anabaptistas, perseguidos sangrientamente por ambos bandos, con la bendici�n expresa tanto del papa como de Lutero; en Francia, la no menos violenta Matanza de San Bartolom� (1572) fue solo un episodio de su particular y prolongada serie de guerras de religi�n, en las que la distintos grupos sociales se encuadran en bandos nobiliarios con opuestas pretensiones pol�ticas, din�sticas y alianzas exteriores; la guerra de los Ochenta A�os que supone la separaci�n de los Pa�ses Bajos en un norte protestante y un sur cat�lico; en su �ltima fase (tras una Tregua de los doce a�os) simult�nea a la guerra de los Treinta A�os (1614-1648) en el Sacro Imperio, que termin� transform�ndose en un conflicto europeo generalizado.

La expansi�n europea signific� la desaparici�n o sumisi�n de muchas religiones ind�genas en los territorios ocupados por los europeos. Excepcionalmente, surgió en el norte de la India una nueva religión: el sijismo.

En América Latina el catolicismo fue impuesto como religión prácticamente exclusiva siguiendo los lineamientos de la Contrarreforma, pero al mismo tiempo las antiguas religiones y creencias precolombinas y africanas reprimidas, reaparecieron combinando sus creencias con el cristianismo mediante el sincretismo religioso. Un ejemplo de ello es la fusión de cultos como el de la Pachamama y la Virgen María en la región andina y la presencia de los orishás de la religión yoruba en la santería y el candomblé. El catolicismo latinoamericano, especialmente en sus vertientes más ligadas a las culturas de los pueblos originarios y afroamericanos, dio comienzo a nuevos enfoques ante los derechos humanos, la naturaleza, la igualdad social y el republicanismo, alcanzando expresiones destacadas en casos como el de Bartolomé de las Casas y las Misiones Jesuíticas.

La otra gran religión en expansión, el islam, no tuvo una separación de autoridades civiles y religiosas, lo que no significa necesariamente un mayor fundamentalismo, y la prueba habían sido los periodos de tolerancia y gran intercambio cultural de la Edad Media. Los Imperios Turco, Safávida o Mogol no fueron menos, sino más tolerantes en materia religiosa que la Monarquía católica o la Ginebra de Juan Calvino, y el Mediterráneo Oriental (Balcanes incluidos) fue durante toda la Edad Moderna una diversidad étnica y religiosa que acogió la diáspora sefardí de forma equivalente a como lo hizo Ámsterdam. No obstante, en la Europa cristiana el humanismo renacentista (en principio, la simple reivindicación de los studia humanitatis frente a la teología) va acentuando la separación de los ámbitos religioso y laico.

El erasmismo o conceptos como la libertad de conciencia no solo dan lugar a otras religiones (protestantismo), sino a nuevas posturas del hombre ante la naturaleza, como la duda cartesiana, el racionalismo y el empirismo. Muy diferentes entre sí, la indiferencia religiosa, los libertinos, la masonería, el panteísmo, el agnosticismo y el ateísmo empezarán a ser consideradas como posturas imaginables –aunque de ninguna manera toleradas– y adquirieron paulatinamente aceptación a medida que trascurriera la Edad Moderna. La trayectoria personal e intelectual de Voltaire significará un referente que quedará fijado en el espíritu enciclopedista. La descristianización ligada a la Revolución francesa hará posible en un efímero episodio un culto secular a la Diosa Razón, bajo un calendario revolucionario privado de toda huella litúrgica.

El Leviathan, de Thomas Hobbes, es una justificación del absolutismo frente a la Revolución Inglesa, pero su argumentación es plenamente secular, al contrario de la de Bossuet, que simultáneamente está defendiendo la teoría del derecho divino de los reyes. El monstruo que puede ejercer sin límites su poder lo hace porque el cuerpo social (del que cada individuo es una célula, como aparece en el grabado) le cede el poder, porque retenerlo cada uno para sí en un estado de naturaleza solo llevaría a la guerra de todos contra todos. La expresión Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre), que parece no ser suya aunque se suele atribuir a Hobbes, lo expresa muy bien.
Sacrificio azteca, Códice Mendoza. El contacto con las culturas americanas proporcionó argumentos para ambas partes en debates como el de la Junta de Burgos de 1512 o la Junta de Valladolid de 1551 en que sobresalieron Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda: los indígenas ¿eran sujetos a una esclavitud natural o merecían ser tratados como iguales, en un precoz concepto de derechos humanos? Aquí se ve costumbres que desde un punto de vista aristotélico puden calificarse de antinaturales y una arquitectura tan civilizada que causaba asombro a unos conquistadores que comparaban Tenochtitlan con Venecia. La humanidad de los indios (con su correspondiente alma inmortal sujeta a salvación y por tanto, a la mediación de la Iglesia) quedó establecida por la bula Sublimis Deus en 1537. Las leyes de Indias fueron la respuesta por parte de una monarquía que, además de escrúpulos morales, intentaba evitar el excesivo poder de unos encomenderos demasiado lejanos y garantizarse jurídicamente el dominio temporal y el patronato regio que las bulas alejandrinas le daban a cambio de la evangelización.
El cambista y su mujer, Quentin Massys, 1515. La eficaz conjunción de metales preciosos y documentos escritos revolucionó la economía mundial y los conceptos jurídicos; terminó disolviendo las relaciones sociales feudales. No obstante, este cuadro tiene una lectura bien distinta: la mujer está consultando un libro religioso, y duda de la legalidad teológica de las transacciones de su marido: el desprecio social por las actividades financieras, que incluía la sospecha de criptojudaísmo en sociedades como la española, y la persecución legal del lucro, significaban la pervivencia del mundo feudal, en que la renta y el privilegio son los procedimientos socialmente aceptables de la posición social elevada. Mientras el trabajo siga siendo un castigo divino, el interés deba camuflarse con todo tipo de excusas y el precio justo algo a debatir con el confesor, el triunfo del capitalismo habrá de esperar. Los navegantes holandeses y británicos desarrollarán un sistema de seguros para racionalizar económicamente sus arriesgadas actividades; simultáneamente los españoles, con toda lógica, prefieren la doble protección que les ofrece la monopolística y bien armada flota de Indias y la divina providencia: el dinero que no emplean en seguros, se les extrae en impuestos obligatorios y en "voluntarios" donativos a las instituciones religiosas (limosnas, fundaciones piadosas, dotes para ingresar a sus hijas en conventos, mandas testamentarias). La opinión que suscitaría un comerciante poco piadoso es fácil de imaginar.
Castigo a un esclavo en Brasil, por Jean-Baptiste Debret (circa 1800). La expansión colonial de Europa generalizó la esclavitud en las colonias y organizó, con la imprescindible colaboración de las élites europeas (tanto católicas como protestantes), americanas (incluyendo a los criollos) y africanas (tanto subsaharianas como islámicas), el tráfico de esclavos como uno de los negocios más lucrativos del período, con Liverpool como el mayor puerto esclavista del mundo. Paradójicamente, uno de los impulsores intelectuales de la aprehensión de negros en África para trasladarlos como esclavos a América fue el propio fraile Bartolomé de las Casas, que de este modo pretendía liberar a los indígenas americanos del inhumano trato que estaban sufriendo. Consideraba inicialmente que la naturaleza del amerindio era más débil, y la del africano más fuerte, además de las razones teológicas que confluían en la distinta exposición al evangelio del Nuevo y del Viejo Mundo. Curiosos argumentos, más propios de sus opositores en la Junta de Valladolid, que demuestran que realmente las Casas no estaba tan alejado del mundo cultural neoescolástico y neoaristotélico del que provenía. Posteriormente se arrepintió de aquella idea y desarrolló un pensamiento más amplio de los derechos elementales de todos los seres humanos.
Reconstrucción de la propuesta de Sello de los Estados Unidos hecha por Benjamin Franklin. La rebelión contra los tiranos es obediencia a Dios, ilustrado por el episodio bíblico del mar Rojo. En 1776, la población de las trece colonias británicas en Norteamérica, inició la Revolución Americana sobre la base de conceptos políticos que significaban un cambio radical: independencia, derechos humanos (si bien no para todos, los esclavos negros estaban excluidos), federalismo, constitución, república, basados en los postulados de la Ilustración llevados a sus conclusiones. Algunos autores americanos[22]​ postulan la tesis, controvertida por otros,[23]​ de que las prácticas políticas de la Confederación Iroquesa (Haudenosaunee) —su Gran Ley de la Paz— fue «inspiración directa de la constitución estadounidense».[22]​ La embajada de Franklin en París probó la simpatía con que los Estados Unidos fueron acogidos por la opinión ilustrada (no solo la francesa, también ingleses como Burke), admirada ante la demostración empírica de las teorías rousseaunianas del "buen salvaje", que se estaba convirtiendo en una orgullosa "nueva Roma" poblada de águilas y cincinatos (símbolos rechazados por el propio Franklin y otros americanos pertenecientes al ala progesista de la revolución).[24]
Con un modelo iconográfico muy común, Elias Hille pinta en 1596 a la familia Friedrich, un fabricante de cristal de Bohemia. Muestra el ideal social de familia nuclear: numerosa (tanto en muertes, acechantes en la calavera del Gólgota, como en nacimientos), jerarquizada, sumisa a los valores religiosos, sexuada y comprometida con su destino futuro desde la infancia. En todo ello, pocas diferencias con la familia extensa, clánica, que organizaba la sociedad entera como un conjunto de lazos familiares; pero la sociedad moderna genera nuevas expectativas a los individuos, que cada vez más basan su posición social en sus logros personales. Cuando no importe el origen familiar sino lo que cada uno es por sí mismo, se habrá terminado la sociedad preindustrial. Por otro lado, la libertad de testar, la vinculaci�n de los patrimonios familiares (mayorazgo) o el reparto forzoso entre los hijos (la leg�tima), suponen distintos sistemas de herencia que, sumados a los distintos reg�menes matrimoniales (dote o su contrario, el precio de la novia; sociedad de gananciales, separaci�n de bienes, todos ellos conectados con el papel social de la mujer), constituyen una parte muy importante de las condiciones jur�dicas que favorecen o dificultan, seg�n el caso, y en combinaci�n con muy distintos factores econ�micos sociales e ideol�gicos (incluyendo los religiosos) la acumulaci�n originaria de capital necesaria para el surgimiento del capitalismo.

El derecho y el concepto del hombre en sociedad.

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Tras el Tratado de Westfalia, la religi�n dej� de ser invocada como la causa de las guerras en Europa, imponi�ndose el pragmatismo de las relaciones internacionales que invocan intereses m�s secularizados para ellas, como hab�a reclamado Nicol�s Maquiavelo en su famoso tratado El Pr�ncipe. Esta obra para algunos marca el comienzo de la modernidad, y su estela fue continuada por los fundadores del derecho de gentes, el neerland�s Hugo Grocio o, desde un punto de vista opuesto, la neoescol�stica Escuela de Salamanca.

La supuesta incapacidad (discutida ya en la �poca) de las civilizaciones no occidentales para adecuarse a los conceptos jur�dicos que conducen o se identifican con la modernidad (propiedad, seguridad jur�dica, estado de derecho) es una de las cuestiones m�s interesantes de la historia comparada de las civilizaciones (v�ase interpretaciones de la historia de China). Suele argumentarse que detr�s de esa alegada predisposici�n occidental a la modernidad est� la herencia del Derecho Romano, el derecho consuetudinario germ�nico o el humanismo cristiano; pero las mismas herencias puede reclamar el Absolutismo del Antiguo R�gimen, la Inquisici�n y los sistemas judiciales comunes en todos los pa�ses durante la Edad Moderna, que inclu�an la tortura y las pruebas diab�licas sin respeto a la presunci�n de inocencia. En sentido contrario se ha se�alado el atraso causado por el colonialismo europeo en las sociedades de Am�rica Latina y el Caribe, tambi�n pertenecientes a Occidente, as� como el desarrollo de sociedades modernas no occidentales como Jap�n, China y otros pa�ses del este asi�tico. Cierto o no, y aunque puedan buscarse muchos precedentes (notablemente Ibn Jald�n y otros avanzados analistas sociales del mundo isl�mico desde el siglo XIV), la realidad hist�rica se�ala que fue en la revolucionaria Inglaterra del siglo XVII, con las contradictorias concepciones de Thomas Hobbes y John Locke, donde se abre la cuesti�n de la naturaleza de las relaciones sociales que a partir de ese momento demostrar�n en el mundo europeo su eficacia no �nicamente te�rica, sino su implicaci�n con el desarrollo social y el cambio pol�tico: igualmente demuestra su capacidad de extensi�n y contagio, al ser retomada en Francia por Montesquieu y Rousseau, comparada con las originales culturas pol�ticas de las sociedades precolombinas (Confederaci�n Iroquesa), sintetizada y realizada por los revolucionarios americanos en la nueva era hist�rica abierta en 1776. La naturaleza del hombre y su condici�n de animal social, que se hab�a iniciado en la filosof�a griega, no hab�a sido ajena al pensamiento medieval, pero su reaparici�n como punto central del mismo esp�ritu de la Edad Moderna es plenamente propio de esta �poca, y su debate intelectual se suscit� en parte por el impacto de la diversidad cultural mostrada por los descubrimientos y su reverso cruel (colonialismo, tr�fico de esclavos) dando origen a productos intelectuales como el mito del buen salvaje o las hisp�nicas pol�micas de la guerra a los naturales y de los justos t�tulos del dominio sobre Am�rica.

Durante la Edad Moderna Europa la esclavitud pas� a tener una funci�n completamente distinta de la que hab�a tenido en otras �pocas hist�ricas. Aunque no fue la forma de producci�n dominante (papel que cumpli� �nicamente en la Grecia y Roma cl�sicas[25]​), pas� a ser uno de los sistemas centrales de trabajo en la periferia de la econom�a-mundo,[26]​ hecho que llev� a establecer al tr�fico de esclavos como uno de los negocios m�s lucrativos del per�odo. Tras su cuestionamiento intelectual por algunos de los revolucionarios franceses (por ejemplo Robespierre), y los primeros movimientos emancipatorios (destacadamente la revoluci�n de Hait�, liderada por Toussaint L'Ouverture), a comienzos del siglo XIX Gran Breta�a y las naciones hispanoamericanas reci�n independizadas de Espa�a (con cierta confluencia de intereses con aquella), emprendieron la abolici�n de la esclavitud que llegar�a a cubrir pr�cticamente la totalidad del mundo en el curso de la centuria. El movimiento distaba mucho de ser puramente altruista u obedecer a alegados principios cristianos: responde a la nueva l�gica del sistema capitalista industrial, y adem�s permiti� a la Marina Real brit�nica convertirse en una suerte de polic�a oce�nico, con capacidad de inspeccionar los barcos a su conveniencia, funci�n que estaba en condiciones de cumplir una vez que se hab�a convertido en "taller del mundo" gracias a la Revoluci�n industrial y ha suprimido a sus flotas competidoras en Trafalgar.

Una visi�n m�s idealista de la posibilidad de formaci�n de una sociedad perfecta, pero no en un para�so escatol�gico, sino realmente en la tierra, fue la que proporcion� un nuevo g�nero literario surgido hacia aproximadamente 1500 y tambi�n suscitado por el descubrimiento que los europeos hicieron en Am�rica: la Utop�a, t�tulo de una novela de Tom�s Moro, y en el que pueden encuadrarse autores de la talla de Erasmo de R�terdam (Elogio de la locura), Tom�s Campanella (La ciudad del sol) y el Inca Garcilaso de la Vega (Comentarios Reales).

Las consecuencias que de eso se derivaron no ten�an por qu� ir necesariamente en el sentido de fundar la doctrina de los derechos humanos, ni siquiera en la Europa protestante, buena parte de ella sometida a sistemas m�s propios del Antiguo R�gimen. Incluso hay argumentos para proponer que m�s cerca de ello se encontraba la oscurantista Espa�a, que adem�s de acoger (no sin problemas) el erasmismo, produjo en su propio solar el corpus legislativo de las Leyes de Indias, la defensa del ind�gena de Bartolom� de las Casas o la famosa justificaci�n del tiranicidio ya citada, y mantuvo hasta el siglo XVII un equilibrio institucional entre rey y reino, y de los distintos reinos entre s� (v�ase Instituciones espa�olas del Antiguo R�gimen), no demasiado diferente al de Inglaterra. Por otro lado, en Francia, se pas� de la tolerancia pragm�tica de los politiques de la corte de Enrique IV a la teorizaci�n del absolutismo m�s radical y completa, con la obra de Bossuet. Por el contrario, en Am�rica el movimiento independentista se organiz� desde un inicio �ntimamente relacionado con la doctrina de los derechos humanos y la democracia, aunque la pr�ctica pol�tica de ese concepto distaba todav�a mucho de ser la contempor�nea. Las Revoluciones Comuneras como la que fuera liderada en 1735 en Paraguay por Jos� de Antequera y Castro bajo el lema: �La voluntad del com�n es superior a la del propio rey[27]​ fueron un temprano precedente. La interrelaci�n entre las revoluciones liberales a uno y otro lado del Atl�ntico ha sido definida como un movimiento de ida y vuelta, y tras ser influida por la Ilustraci�n y desarrollarse end�genamente, la Independencia de Estados Unidos acabar� convirti�ndose en modelo de libertad pol�tica para Europa y el resto de Am�rica.

Las pr�cticas mercantiles, desarrolladas desde la Baja Edad Media (ferias, banca, pr�stamos, letra de cambio), se sofisticaron todav�a m�s con el nacimiento de las finanzas p�blicas (deuda p�blica, como los juros espa�oles) acostumbraron a juristas y confesores a enfrentarse con los conceptos teol�gicamente escurridizos de precio y beneficio (asociados en un principio al lucro y al pecado de usura, garant�as ideol�gicas del predominio social de los privilegiados que basan su riqueza no en el trabajo sino en la renta, y paulatinamente aceptados) y dise�aron el concepto de obligaci�n contractual o responsabilidad limitada. No es f�cil decir cu�l es la hermana mayor: la sociedad civil o la sociedad mercantil (otra hom�nima es la Societas Iesus, la Compa��a de Jes�s).

La familia y su tratamiento jur�dico tambi�n experimentan cambios. La modernidad representa el paso de la familia extensa, patriarcal, a la familia nuclear, no necesariamente estable. El divorcio no se convierte en una pr�ctica extendida, y tampoco es original de la Edad Moderna, pero la sonora separaci�n de Enrique VIII y Catalina de Arag�n dividir�a Europa tanto como la Reforma. Se ha argumentado incluso que los diferentes reg�menes del matrimonio y de la herencia, tanto como las distintas religiones conformar�n distintas estrategias econ�micas y mentalidades sociales de cara a la formaci�n de la sociedad capitalista.

La Malinche y Hern�n Cort�s, en el Lienzo de Tlaxcala, Diego Mu�oz Camargo, 1585. La sumisi�n de la mujer coincide aqu� con la sumisi�n de un continente entero, pero tambi�n demuestra c�mo puede jugarse un papel activo, incluso determinante. En otros casos, las mujeres pod�an llegar a ocupar el poder, como reinas o regentes, circunstancia poco com�n fuera de Europa.
Catalina de Erauso, la monja alf�rez, representa una trayectoria vital radicalmente distinta, pero no tan opuesta como podr�a parecer. Lo excepcional de su caso nos recuerda que la salida de los roles esperables: madre, monja o prostituta, no era asumible socialmente.

La mujer

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Todas las grandes civilizaciones de la Edad Moderna siguen el modelo patriarcal que restringe a la mujer a un papel subordinado y la invisibliliza ante la historia; pero la mujer no est� ausente, ni de la sociedad ni de los documentos. Los llamados estudios de g�nero o, m�s propiamente, la Historia de la mujer tienen para el periodo de la Edad Moderna mucha tarea por realizar. El papel de la mujer en la civilizaci�n occidental fue seguramente m�s visible, y su visibilidad hist�rica mayor, cuando el azar y las leyes din�sticas le permit�an el papel de reina o regente. Aunque la Edad Media hab�a dispuesto de mujeres en esa funci�n (Teodora de Bizancio, Leonor de Aquitania, Urraca de Le�n y Castilla), la historiograf�a sol�a tratarlas con una extraordinaria misoginia. En cambio, algunas reinas de la Edad Moderna han sido tratadas con gran admiraci�n (Isabel I de Castilla la cat�lica, que ha sido incluso propuesta para beatificaci�n, o Isabel I de Inglaterra la reina virgen), aunque bien es cierto que muchas otras han sufrido su inclusi�n en crueles estereotipos (Juana la loca, Mar�a la sangrienta de Inglaterra, Cristina de Suecia, Catalina II de Rusia la grande) algunos de ellos vinculados a una libertad de costumbres en lo sexual que en los reyes varones se daba por supuesta. El estereotipo de la mujer pacificadora (tan viejo como la humanidad, como puede verse en el mito del rapto de las sabinas) tambi�n se vio escenificado en su papel como prenda de paz entre dinast�as que las conduce al matrimonio (Isabel de Valois a Felipe II de Espa�a, Ana de Habsburgo a Luis XIII de Francia...) o en la llamada Paz de las Damas. Lo excepcional son las mujeres a las que se concede un papel intelectual, a veces vinculado con su posici�n exc�ntrica, bien las monjas (en camino de ser santa, como Teresa de Jes�s o poeta, como Sor Juana In�s de la Cruz), bien las cortesanas venecianas (como Ver�nica Franco). Un caso paralelo son las geishas japonesas, que a lo largo de la Edad Moderna fueron suplantando a los varones que antes realizaban las funciones no evidentemente sexuales que las caracterizan. En alg�n caso, la posici�n de subordinaci�n de una mujer quedaba superado por las circunstancias para adquirir un insospechado protagonismo individual, como ocurri� con La Malinche, la esclava-traductora-concubina azteca de Hern�n Cort�s.

Sin perjuicio de esa tendencia general, la Edad Moderna registra algunas civilizaciones y situaciones en las que las mujeres ocuparon un papel protag�nico, como el de la Confederaci�n Iroquesa, en donde exist�a una divisi�n del poder pol�tico entre hombres y mujeres, de resultas del cual las cinco naciones que integraban la alianza estaban gobernadas por las mujeres que eran cabeza de cada clan.[28]​ Algunos antrop�logos analizan el caso como uno de los muchos y diferentes ejemplos de situaciones de lo que tradicionalmente se llamaba matriarcado y sostienen que solo anacr�nicamente pueden entenderse como un precoz feminismo.[29]​ Otros autores describen una realidad m�s compleja, ya que entre los iroqueses el poder pol�tico-militar estaba rigurosamente dividido entre hombres y mujeres, ocupando aquellos los cargos militares y estas los cargos pol�ticos.[30]​ Una situaci�n favorable para el protagonismo femenino se produjo en las revoluciones liberales, como la revoluci�n francesa (en la que algunas mujeres pretendieron superar el papel social que se las limitaba al poder informal de los salones de Madame Pompadour) o la Guerra de Independencia Hispanoamericana en la que algunas mujeres ocuparon puestos decisivos como la Coronel Juana Azurduy en el Alto Per�.

Santa Prisca, Taxco, M�xico. Las torres y fachadas de retorcida decoraci�n y la promiente c�pula destacan arm�nicamente sobre un conjunto urbano propio de las ciudades hispanoamericanas.
Iglesia de Paoay, isla de Luz�n, Filipinas. Con similitudes y diferencias, forma parte del mismo mundo cultural que Santa Prisca de Taxco o San Pedro de Roma. Tal cosa hubiera sido imposible antes de la Edad Moderna.
Catedral de San Basilio, Mosc�, Rusia. Construida entre 1551 y 1561, representa una evoluci�n del arte bizantino, al igual que el imperio zarista quer�a ser una Nueva Roma despu�s de la ca�da de Constantinopla. La proximidad est�tica con el arte occidental es m�s relativa, y podr�a verse tambi�n con Taj Mahal.
San Carlos Borromeo, Viena, Johann Bernhard Fischer von Erlach (1716-1739) representa un barroco m�s clasicista, con las columnas historiadas que remiten a la Antigua Roma.

Consideraciones acerca del arte Moderno

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Lo que hoy se considera arte moderno no es la producci�n art�stica de la Edad Moderna, sino del arte contempor�neo: las vanguardias europeas en torno a 1900, que de hecho significan una reacci�n contra el arte europeo de la Edad Moderna, que se consideraba acartonado por el academicismo y limitado por la sujeci�n al principio de imitaci�n a la naturaleza; no as� contra el arte extraeuropeo, que se recibe con admiraci�n por su exotismo (estampas japonesas y tallas africanas). Incluso, desde otra perspectiva, hubo una escuela pict�rica inglesa (el prerrafaelismo) que pretend�a volver a la pureza de los primitivos italianos y primitivos flamencos anteriores al siglo XVI y al divino Rafael.

Por tanto, a las creaciones culturales que se produjeron entre los siglos XV y XVIII se le debe llamar "Arte de la Edad Moderna", con la suficiente distancia intelectual sobre �l para considerarlo, aunque est� claro que el concepto de "moderno" (tambi�n para lo que hoy llamamos as�) ser� siempre provisional.

Esta reflexi�n no es en absoluto reciente: en Europa, el Renacimiento de los siglos XV y XVI inicia y se identifica con el concepto de modernidad,[31]​ identific�ndola con la ruptura frente al arte medieval (despreciado por los italianos mediterr�neos y a�orantes de la antiguas glorias imperiales con el adjetivo de g�tico, es decir, propio de godos, b�rbaros del norte de Europa) y con la imitaci�n (m�mesis) tanto de los modelos que se consideraban cl�sicos (el arte grecorromano) como (sobre todo) de la naturaleza. No conviene olvidar, no obstante, que la clave de la riqueza creativa de la �poca fue el intercambio entre Italia y Flandes. Los flamencos se enamoran de las monta�as italianas, de las que ellos carecen, y las reproducen en sus tablas; los italianos aprovechan muchas de las innovaciones t�cnicas que provienen de estos b�rbaros del norte (el �leo). La investigaci�n sobre la perspectiva se hace con criterios distintos, pero casi simult�neamente.

Un mundo "barroco"

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Quiz�s el arte m�s representativo de la Edad Moderna no fuese tanto el Renacimiento sino su per�odo siguiente: el Barroco,[32]​ si consideramos que es el que alcanz� m�s extensi�n en el tiempo (siglos XVII y XVIII, en solapamiento con el Manierismo previo y el Rococ� posterior) y el espacio (puede encontrarse desde la protestante Europa del Norte hasta la Am�rica colonial cat�lica o las Filipinas). Este estilo se caracterizaba por ser visualmente recargado, y alejado de la simplicidad y b�squeda de la armon�a propias del Renacimiento pleno. Aunque se discute su etimolog�as posibles, suele hac�rsele sin�nimo a "extra�o", "irregular". Se postula que el Barroco naci� como una reacci�n a la crisis de la confianza humanista y renacentista en el ser humano, lo que explica su potente car�cter religioso, as� como el abandono de la simplicidad cl�sica para intentar expresar la grandeza del infinito, y la predilecci�n por motivos grotescos o �feos�, realistas, que contradice la b�squeda de la belleza ideal renacentista. Se ha hablado tambi�n de una cultura del barroco, del equ�voco y lo ef�mero, coincidiendo con la llamada crisis del siglo XVII, en la que se valoraba m�s la apariencia que la esencia, la escenograf�a que la solidez.[33]

Palacio de Versalles, chambre du roi (c�mara del rey), con su busto en m�rmol por Coysevox. El arte barroco cuida tanto los exteriores como los interiores (�stos en concreto han pasado a dar nombre a la expresi�n lujo versallesco). Hoy no nos parece nada asombroso, pero fue una proeza t�cnica lograr espejos de un tama�o semejante. Los del sal�n de los espejos reflejar�n las primeras reuniones de los Estados Generales de 1789. La vulgarizaci�n del s�mbolo cl�sico del nosce te ipsum permiti� por primera vez una nueva clase de autoconocimiento que ayudar� a la consideraci�n de la posici�n del hombre en el mundo.
Gopuram del templo de Meenakshi, Madurai, Tamil Nadu, India, siglo XVII. Las diferencias iconogr�ficas y estil�sticas son evidentes, pero no puede negarse cierta similitud visual con el horror vacui del estilo churrigueresco, la tensi�n ascensional del espacio de Bernini, o la policrom�a sensorial de Rubens y la imaginer�a espa�ola; todos ellos simult�neos en el tiempo.
�ngel arcabucero, Maestro de Calamarca, Bolivia, siglo XVII. El sincretismo de la producci�n art�stica andina (que puede etiquetarse como pintura virreinal) se basa en la adopci�n de modelos iconogr�ficos europeos (los �ngeles eran muy venerados en la corte de los Habsburgo) que se reinterpretan desde una sensibilidad est�tica ind�gena.

Esto no quiere decir, de todas maneras, que el Barroco haya renunciado totalmente al Clasicismo. No en balde, uno de los m�s grandes monumentos de la arquitectura barroca es el palacio de Versalles, construido en torno a la noci�n del culto al dios solar Apolo, como representaci�n del monarca Luis XIV, el Rey Sol. La Europa del siglo XVIII se llenar� de r�plicas de Versalles, a veces pasados por la sensibilidad local, como los palacios vieneses. Habr�a un barroco primero, el profundo y concentrado de Caravaggio y el tenebrismo, un barroco pleno, triunfante, el de Bernini o Rubens, y un barroco final, el de mayor exceso decorativo, de Churriguera y los interiores rococ�.

El urbanismo barroco requiere la vivencia de la ciudad como un escenario artificioso, m�s all� de los edificios o monumentos singulares, en el que las perspectivas glorifiquen los espacios representativos del poder siguiendo un programa iconogr�fico que el entendido sea capaz de leer (por ejemplo, la plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano o el paseo del Prado de Madrid). La integraci�n de todos los artes y todos los sentidos se produce en algunas ocasiones de forma sublime, en el tiempo y el espacio de la fiesta, como la Semana Santa de Sevilla o la de Murcia, o los Carnavales de Venecia o de Oruro. El barroco protestante, m�s individualista, produce los espl�ndidos interiores de Vermeer o la competitiva mole de la catedral de San Pablo de Londres, rival de la de San Pedro de Roma.

La interpretaci�n pendular de la Historia del Arte[34]​ se corresponde bien con la vuelta a la disciplina academicista a mediados del siglo XVIII, cuando el redescubrimiento de las ruinas romanas de Pompeya y Herculano puso de moda nuevamente el arte cl�sico. Esta vez, quienes se inspiraron en �l lo hicieron de manera todav�a m�s rigurosa que en el Renacimiento, generando as� el llamado Neoclasicismo. El Neoclasicismo es considerado muchas veces como un arte de transici�n a la Edad Contempor�nea, porque se lo asocia pol�ticamente no al Absolutismo, sino a la Revoluci�n francesa y al Imperio napole�nico.

Arte asi�tico y africano

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Durante la Edad Moderna, el arte en Asia y �frica produjo manifestaciones art�sticas del mismo nivel, bien siguiendo su propia din�mica, como en el arte africano, el arte isl�mico, el arte de China o el arte de Jap�n.

En el arte isl�mico, el tradicional rechazo de la iconograf�a llev� a enfatizar los patrones geom�tricos, la caligraf�a isl�mica y la arquitectura. En la India y el T�bet se desarroll� la expresi�n art�stica mediante esculturas pintadas. En China continu� el desarrollo de su gran variedad de artes y estilos completamente originales, tallas en jade, trabajos en bronce, cer�mica, poes�a, caligraf�a, m�sica, pintura, teatro, etc. En Jap�n se prosigui� la amplia interrelaci�n art�stica entre la caligraf�a y la pintura, mientras que los grabados desde planchas de madera se volvieron importantes luego del siglo XVII.

Arte colonial en el Nuevo Mundo

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Antonio Francisco Lisboa, «el Aleijadinho», destacado escultor y arquitecto del barroco colonial en Brasil. En la foto, un fragmento de la serie Los Profetas, ubicada en el Santuario de Congonhas, Minas Gerais

En América se desarrolló un arte bajo el signo de la dominación colonial, que recibió tanto influencias europeas, como africanas y de las culturas precolombinas, muchas veces fusionadas de maneras complejas y novedosas del mismo modo que el sincretismo del culto católico con las religiones precolombinas. Agrupando estilos muy distintos, suele utilizarse el término de arte colonial;[35]​ término que no debe confundirse con el de arte indígena, a veces apreciado en su autenticidad, y otras veces objeto de verdaderos zoológicos humanos como en las exposiciones coloniales, muestras de la antropología imperialista del siglo XIX. El barroco colonial tuvo caracteres distintivos del europeo, como su extraordinaria diversidad, la presencia del color, la proliferación de formas mixtilíneas y el soporte antropomorfo. En Brasil sobresale la figura extraordinaria del escultor y arquitecto Antonio Francisco Lisboa, «el Aleijadinho». La escuela cusqueña de pintura se caracterizó por el naturalismo, un fuerte colorido y la presencia de rostros y temáticas indígenas y mestizas. Diego Quispe Tito introdujo cierta libertad en el manejo de la perspectiva y el protagonismo del paisaje, la fauna y la flora. En las colonias inglesas, francesas u neerlandesas de América del Norte, el arte colonial se mantuvo más ligado a las características del arte de sus metrópolis, con escasas variaciones.

Función del artista

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Una diferencia esencial puede señalarse a partir de la Edad Moderna entre el denominado arte occidental y las demás denominaciones geográficas (arte africano, arte asiático, etc. –véase Estudio de la Historia del Arte–): la función social y la consideración del artista. A diferencia de las demás zonas del mundo, en Europa y sus colonias, desde el Renacimiento, pintores, escultores y arquitectos no solo salen del anonimato y empiezan a firmar su obra, sino que se codean de igual a igual con filósofos y príncipes. Este ascenso social se adelanta varios siglos al de otras partes de la burguesía, y conforma una nueva aristocracia del mérito intelectual, en la que más tarde ingresarán también los literatos y científicos. Por otro lado, la Iglesia, la nobleza y la monarquía, clientes tradicionales, dejan de serlo exclusivos, como puede ejemplificarse en la burguesía neerlandesa, y nace un verdadero mercado del arte que empieza a no funcionar por encargo y puede surgir la creación del artista con mucha mayor libertad. Cuando en el siglo XIX el proceso se complete, y la sociedad responda ella misma a los criterios del mercado, habrá muerto el arte de la Edad Moderna y nacido el arte contemporáneo (paradójicamente junto con la figura del artista maldito, que no triunfa en vida).

La Danza de aldeanos, vista por Rubens (1635), es una orgiástica diversión popular, que como en todas las épocas y lugares, cohesiona al grupo social y marca el ritmo cíclico anual de ocio y trabajo. Es difícil ver que de estos precedentes se derivan las refinadas músicas y ballet de las cortes europeas.
Tokubei Kabuki, grabado del siglo XVIII.
Federico Guillermo II de Prusia ameniza él mismo la velada en el palacio de Sanssouci. La música no es una diversión vulgar, sino aceptable en las más altas esferas (al igual que Dios hace mover los planetas con armonía celestial). El son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado que anhela Fray Luis de León puede servir para serenar el alma, y rodear de fasto el ritual de la misa católica, pero también para sacudir las mentes y aunar las voluntades de una forma revolucionaria, como hizo Lutero con el canto litúrgico de las comunidades protestantes, incluso antes que los movimientos románticos.
La representación balinesa del Katchak, como el Misterio de Elche o cualquier otra dramatización sagrada, son también antecedente de las artes escénicas que se desarrollan en la Edad Moderna.

El teatro y la música

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Esas dos artes alcanzaron una madurez sublime en la Edad Moderna. Mientras que muchas culturas del mundo se habían producido expresiones refinadísimas de formas teatrales y musicales sagradas, como las danzas balinesas basadas en la mitología hindú (Katchak y Barong), en el siglo XVII, de una forma simultánea en cada extremo del mundo, se desarrollan paralelamente el kabuki japonés, y los teatros clásicos de las tres principales culturas de Europa Occidental (éstas sí interrelacionadas): el español (Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina), el inglés (William Shakespeare) y el francés (Jean Racine, Pierre Corneille y Molière). En el surgimiento del teatro clásico europeo confluyen tradiciones medievales, tanto de escinificaciones religiosas (autos sacramentales) como profanas (titiriteros antepasados de los cómicos de la legua, todavía presentes en la Comedia del arte, que también se dejará ver en la raíz de un teatro ilustrado como el de Carlo Goldoni), y se ahorman a la disciplina de las normas literarias clásicas, recuperadas de la antigüedad grecolatina en un extraordinario caso de resurrección arqueológica. Las artes escénicas comprenden también una música que, además de la tradición coral e instrumental eclesiástica medieval, recoge temas, aires y danzas populares e incluso, en algún caso, la influencia de otras civilizaciones (el siglo XVIII vivió una fiebre turca en lo musical, con incorporación de instrumentos y un peculiar sentido del ritmo de las potentes marchas militares otomanas). La llamada música clásica, cuyos primeros exponentes fueron en compositores barrocos como Johann Sebastian Bach, Vivaldi o Haendel, culmina con las cumbres del clasicismo musical (Haydn y Mozart). Niños prodigio como este último o cantantes como el castrato Farinelli (que demostró tener más visión para los negocios) recorren Europa "fichados" por las casas reales. Los instrumentos y las agrupaciones se van perfeccionando, quedando establecida la llamada música de cámara, adecuada a la escenografía de los palacios rococó, mientras que los teatros requieren mayores formaciones, pues acogían a un público más amplio, que, (a la espera de las sinfonías de Beethoven o los valses de Strauss), celebra La flauta mágica. Como forma musical, la ópera (nacida con el Orfeo de Monteverdi en 1607) solo ha empezado a recorrer un camino que la llevará en el siglo XIX a ser un vehículo de la ideología revolucionaria (Giuseppe Verdi o Wagner), pero de momento sirve perfectamente para adaptar libretos tan subversivos como los de Beaumarchais (Las bodas de Fígaro de Mozart y El barbero de Sevilla, de Rossini).

Entretanto, la música europea se difunde por el mundo, en primer lugar por las colonias americanas, donde es recibida y reelaborada con gran éxito, incluyendo los famosos indígenas músicos de las reducciones jesuíticas del Paraguay.

Reconstrucción del telescopio reflectante que Isaac Newton construyó en 1672, el mismo año en que ingresó en la Royal Society. El paradigma newtoniano supuso una verdadera Revolución científica, apoyada en las nuevas condiciones económico-sociales de la Revolución Burguesa de Inglaterra (que no se daban en otras partes de Europa, como la Italia de Galileo), supuso el triunfo del método que incluye de observación, cuantificación, formulación de hipótesis, experimentación, publicación y reproducibilidad; más allá de la mera especulación teórica y los debates filosóficos entre racionalismo y empirismo. Para el mundo intelectual supuso la Crisis de la conciencia europea.
Matteo Ricci (a la izquierda) y Xu Guangqi (徐光啟) (a la derecha) en la edición china de Los Elementos de Euclides (幾何原本). A comienzos del siglo XVII la distancia entre la ciencia europea y la china comenzaba a ser apreciable, y los jesuitas fueron aceptados como astrónomos en la corte imperial china. La posibilidad de un intercambio cultural amplio se vio frustrada tanto por el recelo chino como por la inflexibilidad papal, que no permitió transigir en cuestiones de culto como le proponía la misión jesuita en China (incluyendo la canonización de Confucio).

Ciencia y magia

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La nueva mentalidad inquisitiva, que puede considerarse como parte de la mentalidad burguesa, produjo un cuestionamiento general de la sabiduría medieval, basada en el criterio de autoridad, y expresada en aforismos como magister dixit («el maestro lo ha dicho») o Roma locuta, causa finita («Roma ha hablado, la cuestión está terminada»). Nació así, ya en la Baja Edad Media, la investigación empírica de la naturaleza, aunque al menos hasta la Ilustración convivió con elementos que hoy nos sorprenden y que tendemos a calificar de irracionales: figuras como Paracelso (el constructor de la yatroquímica) o Nostradamus (respetadísimo por todos los reyes de Europa), que reclaman conocimientos mistéricos, son tan representativas del Renacimiento científico como el cirujano militar Ambroise Paré o el constructor de autómatas Juanelo Turriano. Los problemas que llevaron a la muerte a Giordano Bruno o Miguel Servet son justamente la no separación de las esferas de la ciencia y la religión. Casos menos trágicos, pero que hacen ver cómo no había una evidente separación entre el mundo de la ciencia y el de conocimientos menos metódicos son el de Johannes Kepler o John Dee, que se ganaban la vida como astrólogos, lo que les permitió acercarse al poder además de desarrollar otra faceta más científica de su producción intelectual, o el del propio Isaac Newton que, en este caso de forma oculta, tenía su lado oscuro relacionado con la alquimia.

El choque cultural entre los diversos pueblos del mundo (europeos, americanos, asiáticos, africanos) llevó a que las diferentes civilizaciones explotaran la credulidad y la condición «poco civilizada» que indefectiblemente asignaban a los otros, a partir de la predicción de eclipses, las técnicas antisísmicas, los hábitos higiénicos, las novedosas armas, los conocimientos sobre especies vegetales y animales, el uso de tecnologías nunca vistas por el otro. En algunos casos los «otros» fueron considerados dioses y en otros casos, animales.

La credulidad de los pueblos europeos adquiría formas específicas. Se seguían venerando reliquias e imágenes de diversos seres sobrenaturales (entre los católicos) o cruzando el mundo para fundar jerusalenes terrestres (entre los protestantes), acudiendo a los reyes para curar la escrófula, o exorcizándolos cuando estaban "hechizados" (Carlos II de España)... En pleno siglo XVIII Feijoo tenía que dedicarse a combatir supersticiones que al mismo tiempo eran mantenidas desde la cátedra de matemáticas de Salamanca (el inefable Diego de Torres Villarroel). El mundo del ocultismo y lo esotérico convivió entre los mismísimos ilustrados (el caso del napolitano Raimondo di Sangro).

La escuela de Atenas, fresco de Rafael, en las Estancias Vaticanas (1510). Aparece Leonardo da Vinci como Platón, Bramante como Euclides y Miguel Ángel como Heráclito; el mismo autor nos mira de frente. El atrevimiento era enorme, e inimaginable en cualquier otra época anterior, o en otra civilización, no solo por esa razón: este fresco se opone en la Estancia de la Signatura al de La Disputa del Sacramento, de idéntico formato, pero de contenido opuesto: si los personajes de este cuadro buscan la verdad con la razón, los del otro lo hacen con la fe. La conciliación de ambas parecía posible en ese momento; pocos años después, la reforma de Lutero y la contrarreforma católica parecerán desmentirlo. Los artistas del renacimiento eran verdaderos humanistas que entendían de todas las artes y las letras (posiblemente las siete artes liberales están aludidas iconográficamente en la composición). todavía no se habían separado, como ocuriría en la Edad Contemporánea, las letras y las ciencias (lo que nos origina el problema de las dos culturas).[36]​ Como carrera digna de la vocación de un joven, a las letras se le oponían las armas (como en el famoso discurso de Don Quijote)[37]​ y a las letras humanas, las letras divinas. Un refrán (también citado por Cervantes) proporcionaba otros dos destinos diferentes, pero también inverosímiles antes de esta época: Iglesia, mar, o Casa Real.[38]​ Por otro lado, no olvidemos que, al tiempo que se revaloriza la antigüedad clásica, se pone en cuestión la autoridad. El debate de los antiguos y los modernos, resuelto finalmente en favor de éstos, supondrá el punto de partida del pensamiento moderno.
La Historia Naturalis Brasiliae (1648) recoge los resultados de la expedición del neerlandés willem von Piso y el alemán Georg Marcgraf, en el momento en que Holanda era la potencia colonial predominante en el área brasileña. La Era de los Descubrimientos está dando paso paulatinamente a las expediciones con fines científicos que no excluyen, sino que racionalizan la búsqueda de recursos y la explotación utilitaria del conocimiento.
El Chimborazo estudiado por Alexander von Humboldt (1805), el descubridor cient�fico del Nuevo Mundo, seg�n Sim�n Bol�var y, adem�s de un perfecto ilustrado y una figura pre-rom�ntica, uno de los �ltimos cient�ficos humanistas: a la vez explorador, ge�gr�fo, ocean�grafo, ge�logo, bot�nico, dem�grafo, diplom�tico y amigo de los mejores poetas de su tiempo. Su expedici�n a Am�rica enviado por Carlos IV (con motivo de la cual se entrevista con Jos� Celestino Mutis en Bogot�) pudo haber sido uno de los episodios m�s decisivos de la ciencia en la Monarqu�a Hisp�nica, cada vez m�s implicada en proyectos punteros que implicaban a ambos lados del Atl�ntico (como la expedici�n Balmis, que difundi� la vacuna de la viruela), pero debido a la crisis final del Antiguo R�gimen (que tambi�n lo fue de la mayor parte del r�gimen colonial espa�ol) la publicaci�n de sus hallazgos no pudo ser aprovechada por sus promotores y m�s bien aprovech� a una potencia emergente: los reci�n nacidos Estados Unidos. Sus investigaciones, como otras coet�neas, es muestra de que por fin una percepci�n cient�fica de la Tierra estaba esboz�ndose en esos �ltimos a�os de la Edad Moderna, con las expediciones de Cook, La P�rouse, Malaspina y los trabajos de determinaci�n del sistema m�trico decimal.

La presencia de lo sobrenatural en la vida cotidiana era admitida por todos los planos sociales, incluyendo movilizaciones colectivas de miedo, como la caza de brujas, m�s cruel e irracional en el norte europeo (supuestamente m�s "moderno") y en las colonias brit�nicas, que en el sur (supuestamente m�s "atrasado") y en las colonias iberoamericanas.[39]​ La percepci�n popular de los complicados debates teol�gicos estaba muy lejos de ser racional, en un mundo mayoritariamente iletrado (incluso con el esfuerzo divulgador de la escritura hecho por la Reforma gracias a la imprenta), y produc�a casos en los que la persecuci�n inquisitorial se encontraba buscando herej�as inexistentes, que los acusados eran incapaces de elaborar por s� mismos.[40]​ La comparaci�n con otras civilizaciones tampoco deja a la occidental en mejor lugar: la experiencia en Estambul de la lady inglesa Mary Montagu[41]​ en fechas tan avanzadas como la primera mitad del siglo XVIII (que la permiti� comparar a los effendi otomanos con pensadores tan secularizados como Alexander Pope o Jonathan Swift) es lo suficientemente ilustrativa.

El a�o 1543 fue un a�o en el que aparecieron dos obras trascendentales: Nicol�s Cop�rnico postul� por primera vez el Heliocentrismo cuestionando as� el Geocentrismo del griego Tolomeo, mientras que Andr�s Vesalio revis� la anatom�a de Galeno. La senda abierta por ambos fue fruct�fera: en F�sica y Astronom�a, los aportes acumulados de Tycho Brahe, Galileo Galilei y Johannes Kepler cambiaron la visi�n del universo, mientras que lo propio hac�an en la Medicina Miguel Servet, William Harvey y Marcello Malpighi, entre otros. Toda una escuela de matem�ticos italianos, como Bonaventura Cavalieri, prepararon las herramientas matem�ticas necesarias para que Isaac Newton postulara de manera cient�fica la Ley de la gravedad, con la publicaci�n de los Principios matem�ticos de filosof�a natural en 1687.

Fue determinante para la construcci�n de la ciencia moderna la comunicaci�n entre cient�ficos que permit�a el intercambio epistolar (fue particularmente enriquecedora la correspondencia de Newton con Leibniz), la publicaci�n y la institucionalizaci�n (Royal Academy, Academia de Ciencias Francesa). Pero ser�a err�neo considerar que la sucesi�n de descubrimientos y el enlace de biograf�as de cient�ficos conduc�a inevitablemente al nuevo paradigma. La resistencia al cambio era o parec�a tan fuerte como las (no tan evidentes) pruebas de la nueva visi�n de la naturaleza: Tycho Brahe hizo jurar a Kepler no pasarse al bando copernicano; este tuvo que hacer un costos�simo ejercicio de honestidad cient�fica para defraudar a su maestro y a sus propias preconcepciones m�sticas de la armon�a celestial; la retractaci�n de Galileo no fue tan insincera como la visi�n rom�ntica nos puede hacer creer, pues �l mismo ten�a un verdadero problema de conciliaci�n de su fe con el testimonio de su raz�n y sus sentidos; el mismo Giovanni Cassini, que hab�a sido capaz de la extraordinaria proeza de convertir en reloj a los sat�lites de J�piter (lo que permiti� dar la primera estimaci�n de la velocidad de la luz), jam�s lleg� a aceptar semejante posibilidad. Para ello era necesaria una verdadera Revoluci�n cient�fica no muy alejada de las revoluciones social o pol�tica que la sostuvieron.[42]

En el siglo XVIII se manifest� un avance de otras disciplinas fundamentales, como fueron la qu�mica o las ciencias biol�gicas, con no menos trabas conceptuales. Hasta que Lavoisier no dio el puntapi� definitivo a la nomenclatura sistem�tica y la cuantificaci�n de la disciplina (1789),[43]​ no se descartaron del todo antiguas teor�as como la del flogisto, que trataban de conciliar los nuevos datos experimentales con las viejas concepciones alqu�micas o derivadas del concepto de elemento cl�sico griego. Por otro lado, en el campo de la Taxonom�a, las sistematizaciones taxon�micas de Buffon o Linneo tambi�n fueron esenciales, pero hubo que esperar hasta mucho m�s tarde para desmentir teor�as como la generaci�n espont�nea o integrar la microscop�a que se ven�a desarrollando desde el siglo XVII (Leeuwenhoek). La separaci�n de la ciencia de las creencias no lleg� a producirse nunca del todo (como comprob� m�s tarde Darwin), pero al menos Laplace pudo atreverse a replicar a Napole�n, cuando este le pregunt� qu� papel le reservaba a Dios en el Universo, que no hab�a tenido necesidad de tal hip�tesis.

Paralelamente, en el campo de la F�sica se desarroll� el maquinismo de la primera revoluci�n industrial (m�quina de vapor de Thomas Newcomen 1705, de James Watt, 1774), pero sin que la ciencia tuviera mucho que ver en ello, puesto que los principios de la termodin�mica se descubrieron por el desaf�o que supon�a la nueva m�quina, y no al contrario. Hubo de esperarse a la segunda revoluci�n industrial para que la ciencia y la tecnolog�a se retroalimentaran.

Los acontecimientos nuevos econ�micas que el desarrollo del capitalismo comercial trajo consigo la aparici�n de la primera literatura econ�mica, cuyos primeros testimonios fueron los mercantilistas espa�oles (Tom�s de Mercado, Sancho de Moncada). La definici�n de una doctrina econ�mica con pretensiones m�s cient�ficas (que realmente no pasaba de ser un sencillo aparato matem�tico, que no rivalizaba con el de otras ciencias) debi� esperar a la Fisiocracia de Quesnay (Tableau Economique, 1758), que, en oposici�n a la obsesi�n intervencionista del mercantilismo, propone la libertad econ�mica (el laissez faire) y una simplificaci�n fiscal, sobre la base de que es la tierra la �nica fuerza productiva. En 1776, el escoc�s Adam Smith da el certificado de nacimiento a la moderna econom�a con su libro La riqueza de las naciones, r�pidamente divulgado por Jean Baptiste Say o Jovellanos, y que todav�a sigue siendo considerada como la Biblia del liberalismo econ�mico.

La resistencia de los ciudadanos a los avances cient�ficos fueron notables, y no provinieron �nicamente de personas con ideolog�as reaccionarias tradicionales. China se mantuvo abierta durante un tiempo al intercambio cultural, aunque luego prefiri� mantener el aislamiento, en lo que no tuvo tanta eficacia como Jap�n. Posiblemente en esa diferencia estrib� la divergente trayectoria de uno y otro pa�s a partir de la segunda mitad del siglo XIX: evitar o no las relaciones de dependencia parece retrospectivamente esencial para generar sociedades tecnol�gicamente desarrolladas. La minor�a ilustrada y los zares reformistas de Rusia anhelaban la modernizaci�n y el acercamiento a una Europa occidental que ve�a idealizadamente como una contrafigura de su atraso. Si �msterdam permit�a una excepcional libertad de pensamiento y prensa, tambi�n lo hac�a Venecia. Las universidades protestantes no eran menos escler�ticas que las cat�licas frente a las innovaciones. En Europa el despotismo ilustrado fue muy receptivo a toda clase de ciencias, mientras que en la Rep�blica que �l mismo hab�a contribuido a traer, Lavoisier fue guillotinado al grito funesto de La revolution n'a pas besoin de savants (La revoluci�n no necesita sabios). En Am�rica, las nuevas rep�blicas recurrieron a la ciencia y la educaci�n popular como un mecanismo para la construcci�n de sus naciones, en especial los Estados Unidos, que un siglo despu�s desplazar�a a las europeas como potencia mundial dominante.

La alfabetizaci�n fue en todo el mundo un recurso esencial para ello: desde la imprenta de Gutemberg hasta los medios de comunicaci�n de masas, la escritura tuvo un fuerte papel en la sociedad. No obstante, incluso en plena Edad Contempor�nea, en la mayor parte del mundo la capacidad de entender su significado segu�a estando reservado a las capas sociales superiores, m�s numerosas que en la Edad Media, pero que condenaban a los menos favorecidos a la ignorancia de la cultura escrita y a las limitaciones de la (por otra parte riqu�sima) cultura tradicional oral.

Nota

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  1. Esta clasificación fue propuesta por Cristóbal Celarius
  2. No deben confundirse con los seguidores del modernismo, estilo artístico y literario, y movimiento religioso (Modernismo teológico), de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
  3. Concepto de Fernand Braudel desarrollado por Immanuel Wallerstein El moderno sistema mundial
  4. Similar a como la llegada del hombre a la Luna dio inicio a la era espacial.
  5. El concepto fue acuñado por Eric J. Hobsbawm Las revoluciones burguesas, Barcelona, Labor ISBN 84-335-2987-1 (título original The Age of Revolution. Europe 1789-1848, Londres, 1964).
  6. E. P. Thompson es el autor que trata más extensamente esos conceptos, desde una perspectiva materialista no ortodoxa en Economía moral de la multitud (un artículo de gran repercusión, en que pide que se estudie no de forma mecanicista, sino con la misma sutileza el comportamiento de las masas preindustriales que el de los pueblos primitivos sometidos a la ciencia antropológica), La formación histórica de la clase obrera (traducción del título The making of the english working class, un voluminoso tratado), y Tradición, revuelta y conciencia de clase.
  7. Sin incluir a las expediciones polares contemporáneas
  8. El término quedó acuñado en el célebre debate que a mediados del siglo XX mantuvieron personalidades de la historiografía y la economía más o menos cercanas al paradigma del materialismo histórico, en su versión inglesa o francesa (por ejemplo las revistas Past and Present y Annales), como Maurice Dobb, Karl Polanyi, R. H. Tawney, Paul Sweezy, Kohachiro Takahashi, Christopher Hill, Georges Lefebvre, Giuliano Procacci, Eric Hobsbawm y John Merrington entre otros. Una recopilación de los artículos con sus respuestas se hizo en HILTON, Rodney (ed.) (1976, 1977 en español) La transición del feudalismo al capitalismo, Barcelona, Crítica, ISBN 84-7423-017-9.
  9. Algunos historiadores, como Henry Kamen, polemizan negando la hispanidad del Imperio de los Habsburgo, afirmando que el español era una lengua minoritaria. La idea de Kamen de que España fue creada por el Imperio y no el imperio por España es bastante defendible: también Józef Piłsudski dijo que es el estado quien crea a la nación y no la nación al Estado.

Referencias

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  1. Carlo Cipolla (1967) Cañones y Velas, Barcelona (Ed. original Guns and Sails in Early Phase of European Expansión, 1400-1700. Londres 1965).
  2. Fernand Braudel (1999) El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la época de Felipe II, FCE, ISBN 84-375-0095-8
  3. ; Katz, S. T. (1994-2003). The Holocaust in Historical Context, (2 vols.), Nueva York, Oxford Universtity Press.
  4. Cook, S. F. y W. W. Borah (1963), The Indian Population of Central Mexico, Berkeley (Cal.), University of California Press; Dobyns, H. F. (1983). Their number become thinned: Native American population dynamics in Eastern North America, Knoxville (Tenn.), University of Tennessee Press.
  5. Mann, Charles (2006). 1941: Una nueva historia de las Américas antes de Colón, Taurus, Madrid, pag. 136, 185
  6. Apuntes universitarios sobre demografía del siglo XVIII
  7. Artículo de Carlos Azcoytia sobre la almorta y el latirismo, que reproduce uno de los grabados de la serie Los desastres de la guerra de Goya (Gracias a la almorta) y otros datos hasta la epidemia de latirismo en la posguerra española de los años ¡1940!
  8. Romano y Tenenti, op. cit. pg. 294.
  9. Roland Mousnier, en polémica con los historiadores materialistas, de la Escuela de Annales, o el soviético Boris Porschnev.
  10. Henri Pirenne, La ciudad medieval : del Occidente cristiano al Oriente musulmán (siglos V-XV) Madrid. ISBN 84-206-1401-7; Rodney Hilton (ed.) La transición del Feudalismo al Capitalismo
  11. Jan de Vries (1984-1987): La urbanización de Europa, 1500-1800, Barcelona, Crítica. ISBN 84-7423-330-5; David Ringrose (1985) Madrid y la economía española, 1560-1850. Ciudad, Corte y País en el Antiguo Régimen, Madrid, Alianza Universidad. ISBN 84-206-2443-8
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  13. Christopher Hill (1983) El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la Revolución inglesa del siglo XVII, Madrid: Editorial siglo XXI, ISBN 84-323-0471-9 Charles Tilly (1993) Las revoluciones europeas, 1492-1992 Barcelona, Crítica, ISBN 84-7423-685-1
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  15. «El primer encuentro entre Estados Unidos y Japón y su implicación en la sociedad japonesa del siglo XIX». 
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  17. Ernst Kantorowicz Los dos cuerpos del rey; Bartolomé Clavero Tantas personas como estados
  18. John ElliottUn palacio para un Rey junto con Jonathan Brown, historiador del arte (título original A Palace for a King, 1980)
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  21. Max Weber (1905) La ética protestante y el espíritu del capitalismo
  22. a b Charles C. Mann (2006). 1491: una nueva historia de las Américas antes de Colón, Madrid, Taurus, pag. 437
  23. Iroquois Confederacy and the Influence Thesis; Did the Founding Fathers Really Get Many of Their Ideas of Liberty from the Iroquois?
  24. Olson, Lester C. Benjamin Franklin's Vision of American Community: A Study in Rhetorical Iconology. University of South Carolina Press, 2004; Arsenio Ginzo Fernández (Universidad de Alcalá): Diderot preceptor de la Europa ilustrada [1]
  25. Perry Anderson (1986) Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo, Madrid, Siglo XXI ISBN 84-323-0355-0
  26. Immanuel Wallerstein, op cit
  27. José de Antequera y Castro
  28. Charles C. Mann op. cit.
  29. Ahora se denomina más propiamente matrilocalidad y matrilinealidad), que tienen interpretaciones muy diversas Marvin Harris, (1991) Nuestra especie, Madrid, Alianza, ISBN 84-206-9633-1 pgs. 312-313
  30. Wissler, C. D. (1917), The American Indian; Zinn, Howard (1999), La otra historia de los Estados Unidos (desde 1492 hasta hoy), siglo XXI; La Vere, David. [Review: The Native Americans, 1994] Journal of American History 83:3(diciembre de 1996), pp. 1113-1114; Wagner, Sally Roesch. The Untold Story of the Iroquois Influence on Early Feminists: Essays by Sally Roesch Wagner. Aberdeen, S.D.: Sky Carrier Press, 1996.
  31. Jacob Burckhardt fue el historiador del arte que sentó definitivamente el concepto en La cultura del Renacimiento en Italia.
  32. Heinrich Wölfflin, discípulo de Burkhardt, fue el historiador del arte que definió el Barroco como oposición al Renacimiento desde un punto de vista artístico, en su clásico de 1888 Renacimiento y Barroco 1977, Madrid, Comunicación. ISBN 84-7053-181-6 y su enfoque más amplio de 1915: Conceptos fundamentales en la historia del arte
  33. José Antonio Maravall (1975) La cultura del Barroco. Análisis de una estructura histórica, Barcelona.
  34. Eugenio D'Ors, que trató el tema, por ejemplo en Tres horas en el Museo del Prado. Itinerario estético. (1922) También, en la época lo hizo Winckelmann Historia del arte en la Antigüedad, donde diferencia cuatro periodos: el antiguo de la Grecia arcaica, el sublime del siglo V a. C., el hermoso del siglo IV a. C., y la decadencia, que incluye al helenismo y a Roma.
  35. Véase como, por ejemplo, el Museo de Arte Colonial de Colombia.
  36. C. P. Snow, Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
  37. Capítulo XXXVIII ("Que trata del curioso discurso que hizo Don Quijote de las armas y las letras"). Texto en cvc.
  38. Capítulo XXXIX del Quijote, el relato del capitán cautivo, que había partido como sus otros dos hermanos de las montañas de León al mandarles su padre ganarse la vida por un camino distinto cada uno de ellos. Texto en cvc.
  39. Julio Caro Baroja (1961) Las brujas y su mundo, Madrid, Revista de Occidente.
  40. El estudio microhistórico de Carlo Ginzburg (1981), El queso y los gusanos, Barcelona, Muchnik. ISBN 84-7669-281-1 (Il Formaggio e i Vermi, 1976) trata de forma particular la extraña cosmología desarrollada por un inquieto molinero italiano del siglo XVI que había sido capaz de leer ¡varios libros!, incluyendo el Corán. Hay muchos otros casos similares tratados por la disciplina de la microhistoria.
  41. Fernando Savater: La civilización y Lady Mary, El País, 20 de octubre de 2001.[2]
  42. Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas.
  43. Traité élémentaire de chimie, Tratado elemental de química, el mismo año de la Revolución francesa.

Bibliografía

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Filmografía

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Véase también

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Enlaces externos

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